Metió las llaves en el contacto sin mirar, agarró el volante como si fuera a estrangularlo, nunca estuvo conforme con un coche familiar. El camino estaba ya trazado desde que sonó el despertador. A pesar de tener prohibido sobrepasar los 90 km. por hora, iba adelantando a los coches como si fuera matando moscas, miraba por el cristal y los veía alejarse hasta verlos desaparecer, pero ella no decía nada.
Las siete de la mañana, primera marcha, mi madre en la parte alta arreglándose al mismo tiempo que da el biberón a Laura y mi padre despistado, preparándome las tostadas con el zumo de naranjas mientras elegía entre varias camisas la menos arrugada. El reloj avisa, segunda marcha, las escaleras se estrechan, ni se miraron, salieron sin rozarse, niños, bolsos, biberones, carrito, lágrimas que trataba de disimular…
Tercera marcha, mi hermana sentada en su sillita sigue durmiendo feliz, pensé en hacer lo mismo pero ya soy demasiado grande, por la ventanilla veo correr el tiempo. Amarillo, rojo, verde, seguían como dos estatuas erguidas e irrompibles. Cuarta marcha. Un avión nos adelantó, me pregunto si el piloto tiene un mal día.
Las farolas se iban a descansar de la cansada noche y el sol aparecía como todos los días. Frenazo en seco, salto del coche y salgo corriendo ¿Por qué no será hoy un día normal?
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