miércoles, 18 de abril de 2012

Bromas aparte

I
La noche que conocí a Svetlana no había estrellas en el cielo. Pese a su horrible nombre,
créanme que era extraordinariamente hermosa. Nos agarramos una cogorza
monumental. Aún recuerdo el saborcillo a vodka de sus labios únicos y carnosos, yertos
de frío.

II
Desperté con la cabeza apoyada sobre la tapa de un hediondo retrete, y una matrioska,
no mayor que un huevo de avestruz, fijada a mi mano derecha. Svetlana no estaba.
¿Solo fui para ella un rollizo juguete pintado a mano?

III
En el interior de la muñeca rusa: una dirección postal. En la residencia de estudiantes de
la Universidad Estatal Lomonosov de Moscú, nadie recordaba a Svetlana. ¿Cómo
podría una mujer de su estatura desvanecerse en el aire? Me colé en la residencia
femenina y fusioné mi lengua con una bielorrusa más fea que el miedo a todo, incluido
el miedo al propio miedo, con objeto de recabar información. En Khabarovsk, dijo.

IV
Llegar a Khabarovsk era mi obsesión. Tomé un avión hasta Barnaul, y de Barnaul, cogí
un tren rumbo a la tierra prometida. El amor verdadero solo pasa una vez, pensé.

V
Llegué exhausto. Minúsculo entre tanta tierra, entre tanto silencio. Muerto. Acaso
resucitado al pensar en Svetlana. En la estación de trenes, un señor con pinta de
bolchevique ilustrado: boina, chaqueta interminable y pipa pegada al labio inferior, de
barba poblada y nariz afilada como una mañana sin sol, se ofreció a llevarme a mitad de
precio. El bolchevique encendió la radio. Rió, primero de manera excesiva, luego, como
sonríen los críticos de cine cuando la película es una jodida obra de arte. Llegamos. El
señor mantenía la sonrisa intacta, que solo aplacaba para ajustarse la pipa y la barba.
<<Es ahí>>, señaló con el dedo corazón acalambrado.

VI
Un bar de mala muerte. Entré. Una mujer descolorida me entregó una carta. Svetlana
confesaba que todo era una campaña publicitaria argüida por el club de alterne donde
trabajaba. PD: Bromas aparte, esta carta vale por una noche gratis.

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