El reloj marca las 09.30. Luisa está despierta. Al salir de las cálidas sábanas de su cama, se acerca de nuevo al balcón. Desde allí observa como discurre la vida.
Las prisas se atropellan en la calle. Las miradas se esquivan al pasar. Las mentes fijan tareas. La ciudad despierta alborozada. Abren los comercios. Los colegios pueblan las aulas. Los bancos llevan horas de especulación. Los hospitales no han dejado su ejercicio. Alguien vela por la paz.
Continúa avanzando el día. Los nubarrones se visten de luto. La lluvia comienza a caer. Finas agujas de cuarzo descienden del cielo. Lágrimas vivas salpican los lentes de Luisa. Sus ojos vidriados, su alma también. El rostro comienzo a contraerse. No desea comenzar el día sin Manuel. El reloj sigue parado, como lo dejó cuando se fue. Nunca lo pondría en hora. Siempre tendría el aspecto aquel. Ese toque de viejo romántico, enamorado del tiempo y sus hijas, las horas tempranas de cada mañana, cuando se levantaba a ver salir el sol. Ya no correría más, la vida se paró con él.
Comienza a crecer la intensidad de la lluvia. El agua serpentea los tejados, las orillas de la calle, la teja rota de la casa vieja. La gente se refugia, se aparta, huye. Se paran, como el reloj. Luisa observa en silencio, desde su balcón desteñido, sucio y retorcido, como su propia vida tras el cristal. Las goteras hirientes ahora caen sobre sus sienes. También allí hay rotos, heridas abiertas que no se podrán reparar.
El día avanza, se despeja el cielo. La calle húmeda, inundada de charcos. Las casas con trazos de agua, pinceladas de acuarela aquí y allá. Los árboles chorreando manjar de nubes. Los pájaros volviendo a trinar. El bullicio vuelve a la ciudad. Luisa sigue en su balcón sin ganas de luchar. Observa el reloj. Las 09.30, ¡quedan muchas horas! Pensando en él, en su recuerdo, en los momentos de infinito amor. En la hora y el día en que lo conoció. Los años vividos juntos. Todo da vueltas alrededor. Una sombra emula la silueta del hombre. Ha venido a buscar a Luisa, la llevará con él. El viejo reloj se desprende del clavo. Cae al suelo, las agujas se doblan. Doblan también las tristes campanas. Redoblan otra vez.
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