miércoles, 18 de abril de 2012

Mi dulce esposa

Un repentino impulso: Miriam arruga el formulario donde acaba de estampar un
garabato ilegible.
-¡Oiga! ¿Qué demonios hace con la denuncia? –Le reprocha atónito un agente.
En la comisaría del barrio huele mal, el suelo está sucio y el calor es asfixiante.
Aun así resulta obvio que la mujer ha comenzado a temblar.
-Señora –el mismo policía-, ¿se encuentra bien?... ¿Quiere un vaso de agua
fresca?
Miriam no responde. Seguirá observando la bola de papel, al tiempo que su mente
torturada divaga por los pegajosos hilos del recuerdo. Apenas transcurre un minuto
cuando apura sus últimas fuerzas para susurrar:
-Acabo de mentirles. Mi esposo no ha desaparecido: yo misma lo maté anoche... y
a continuación troceé su cadáver. -Rubricará tan macabra confesión con un rotundo-:
Tenga las llaves. Lo encontrarán en varios paquetes en el congelador de nuestro garaje.
EPÍLOGO
con el monótono girar de sus aspas asesinas. Te amaré siempre, Miriam.
: Mientras tanto, un viejo ventilador desmenuza el silencio del ambiente

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