Entonces comenzó a caer un diluvio, ya no solo era una pequeña lluvia. Galatea y Eric corrían a salvar a su hijo, que resbalando a causa del barro estaba a punto de caer por el precipicio, de pronto un rayo estalló sobresaltando a Eric y casi cayó el también, pero consiguió recuperar el equilibrio. – ¡Vamos! Debemos salvarle sea como sea, no te preocupes, no te dejaremos caer. Dijo sin contemplaciones, no estaba dispuesto a dejar morir a su único hijo.
El asesino que había entrado esa noche en su casa no pudo salirse con la suya, los años de experiencia de Eric en la CIA lo habían hecho aprender lo suficiente para mantener a salvo a su familia, pero su hijo de 5 años intentando salvar a su padre del hombre que intentaba matarle, se aferró a la pierna del asesino, así éste llevándoselo con él hasta el acantilado y tratando de liquidarle. Galatea presa del miedo buscó desesperadamente su arma tras el cuadro que se encontraba en medio del pasillo de la casa. Se dispuso a apuntar entre ceja y ceja al sicario y con un disparo limpio atravesó su cerebro desde la ventana. Salvó la vida de su hijo, o al menos eso creyó durante un instante, hasta que lo vio resbalar y aferrarse a una raíz encontrada en la tierra a punto de soltarse. – ¡Papá, mamá por favor ayúdenme!. (Lloraba a gritos el niño).
Apresurados corrieron a salvar la vida de su hijo, consiguiéndolo, exhaustos, volvieron a la casa, cogieron lo necesario y de allí se dirigieron a la base de la CIA, donde se pondrían a cubierto hasta que dejasen de buscarlos para acabar con sus vidas. Lo único que aún no sabían era que quienes los habían mandado a matar, eran sus propios jefes.
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