¿Qué soñabas ser de mayor cuando eras niña?, me preguntaste. “¿Por qué me haces esa pregunta? Hace tanto…ni siquiera lo recuerdo…Además, ¿qué importa ya?, estoy tan cerca de terminar mis días…la ilusión se pierde…todo se olvida…No, definitivamente no lo recuerdo…”
Esa noche, después de mucho tiempo…soñé. Sin saber cómo, mi cara y mis manos ajadas del tiempo volvieron a recobrar la juventud que un día perdieron, mi cuerpo entero encogió y mi piel recuperó la tersura que un día lució. De pronto, volví a tener ocho años, y estaba en casa. Mi padre dormitaba en el salón con el periódico resbalando en sus rodillas, y mi madre se deslizaba ágilmente en la cocina; el olor de la comida de mamá impregnaba con su delicioso aroma toda la casa. Los podía ver desde mi lugar preferido de la casa, un minúsculo espacio formado entre la pared y la parte trasera de uno de los sillones de la biblioteca. Era mi refugio. La biblioteca era un lugar mágico, donde miles de libros adornaban la estancia, cuidadosamente colocados en las estanterías que cubrían las paredes principales. Podía pasar horas allí. Era la dueña de todas esas historias, y podía ser y hacer lo que quisiera, sólo tenía que escoger. Sentada en el suelo, y antes de empezar a leer, olía la fragancia que desprendían sus páginas para impregnarme del personaje que había decidido ser ese día. Luego lo abría, pausadamente, sintiendo su peso en mis rodillas y, pasando las páginas lentamente entre mis dedos, empezaba mi aventura. Podía ser princesa en un reino encantado, guerrera amazona, pasear con Cleopatra en el Antiguo Egipto, luchar contra dragones, viajar al futuro y encontrarme en Marte... ¿Podía pedir algo más?
De pronto desperté, volviendo a mi forma actual. Con mi tamaño adulto, mis arrugas y el cansancio de la edad, pero con una diferencia... ¡ahora sí lo recordaba! Sabía perfectamente lo que quería ser de mayor cuando era niña... ¡Quería ser una soñadora! Que nadie me quitara nunca la capacidad de soñar. Que nadie me quitara nunca la capacidad de imaginar, de ser lo que me apeteciera ser. Me levanté de la cama y fui a mi pequeña biblioteca, donde mantenía pulcramente colocados mis libros, y escogí uno al azar. Y me dispuse a soñar…Porque ahora recordaba lo que era ser soñadora y no pensaba olvidarlo. Porque los libros, sueños son…
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