Veo pasar la vida entre cristales empañados. El espejo, dueño de mi tristeza y
testigo mudo de interminables silencios, calla y oculta este moribundo naufragio.
Mi amor es un trozo de hielo que se derrite en mitad del océano, se consume y
adelgaza sin alimento alguno. Recuerdo con añoranza, tus manos repletas de caricias,
flores y alas. Ahora convertidas en anzuelos, dardos y lanzas. Me pregunto donde se
esconde la ternura de tus labios, la calidez de tu mirada y la dulzura de tu voz.
Ha pasado el tiempo y los campos de mis sueños se han secado, ya no existe fruto
que recoger. El rencor y la decepción avanzan imparables en la trinchera que has
levantado entre tú y yo. Necesito escaparme de la isla en la que vivo asfixiada, de la
zanja sin salida que has marcado. Hace muchos veranos que duerme el granizo en mi
cama. Siento crecer ortigas por todos los rincones de mi existencia. Ya no recuerdo el
último abrazo que me distes, solo me consuela el hastío, congelándome el corazón.
He perdido el miedo a tus amenazas, a tus gritos. Me hago fuerte en la poca estima
que aún me queda, la que tú me has dejado. Cada vez que levantas la voz, una niebla
espesa se adueña del cariño. Cada vez que levantas la mano, deshojas pétalos al espíritu.
La soledad contempla burlona mi estéril viaje.
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