miércoles, 18 de abril de 2012

Asunto de familia

Un vendedor de periódicos había telefoneado a la comisaría apenas media hora
antes. Informó de que se acababa de cometer un crimen frente al kiosco del parque
central. Al llegar al lugar del asesinato, el veterano sargento y el joven agente que lo
acompañaba descubrieron el cuerpo bien vestido de un anciano sobre un extenso charco
de sangre brillante. Sin perder un minuto, notificaron el hallazgo a la Central. En eso
estaban cuando apareció el inspector:

-Buenos días, sargento. ¿Qué tenemos?
-Buenos días, señor. A primera vista parece tratarse de un homicidio. El forense
está de camino. También hemos dado aviso al juzgado de guardia.
-Correcto –aprobó el superior con una expresión muy suya. Después, señalando al
joven agente, añadió-. ¿Y ése? ¿Qué hace ahí de rodillas como un pasmarote?
-Nos lo acaban de mandar de la academia. Supongo que es la primera vez que
encara un fiambre.
-Pues dígale que tenga cuidado; la escena de un crimen no es lugar para
curiosidades de principiante.
El sargento subió corriendo los cinco escalones de la pérgola. Se acercó corriendo al
muchacho, quien por cierto llevaba largo rato inmóvil junto al cadáver, y lo amonestó en
tono severo:
-Agente, haga el favor de ponerse unos guantes. ¡Ah!, y que no se le ocurra tocar
nada sin mi permiso. ¡Es una orden!
-Caso resuelto, sargento –le contestó el joven con un emocionado hilo de voz-. La
víctima es mi padre. Esa inconfundible navaja amarilla que le atraviesa el cuello
pertenece a Juan, mi hermano mayor... Sabía que tarde o temprano ocurriría algo así.

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