Una noche de luna llena en Gran Canaria, cargada de música, bailes y risas, fue cuando la conocí. Estaba sentada en un banco observando a los que bailaban, al igual que yo. Me acerqué a ella y la saqué a bailar. Fue una noche inolvidable. Volvimos a quedar más veces y nuestra amistad se convirtió en un romance. Su aspecto iba cambiando con el paso del tiempo, perdiendo su luz vital, pero no le puse mucha importancia, para mí seguía siendo hermosa. Nos fuimos a vivir juntos. Se nos pasaban las noches sin dejar de hablar. Y al despertarme la veía a mi lado, enamorándome más de ella. Un día, al despertarme, no la vi; en su lugar descubrí una nota: "Te esperaré en la isla que nunca existió".
Releí sus palabras mil veces. No entendía. Fue a los tres días después de su desaparición cuando, recogiendo las cosas para volver a mi casa, encontré un libro que decía: "San Borondón; la isla inexistente". Me mantuve la noche en vela leyendo este nuevo descubrimiento. Se creía que era la octava isla canaria, que aparecía una vez al año, el 16 de abril. A ella iban todas las almas fallecidas, viviendo una segunda vida. La isla más cercana a ella era “El Hierro”. Sin pensármelo dos veces viaje hacia allí. Aunque dudaba de si sería o no real, pero yo tan solo quería volver a verla.
Pasé un par de días en esa isla, buscando el lugar más cercano a la costa por el norte. La noche del 16 de abril, cuando ya creía darlo todo por perdido, aparecieron unas pequeñas luces en el horizonte. Nadé hacia allí sin importarme la distancia, a pesar de que estaba muy cerca. Al llegar, unas puertas se abrieron ante mí. Sobre ellas ponía en un pequeño cartel: "San Borondón". Traspasé sus puertas con algo de miedo; pero ilusionado porque al otro lado veía a la mujer de mis sueños. Muchos creerán que al entrar ahí morí, pero lo que pocos sabrán es que, al entrar, comencé a vivir.
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