… porque sentarse a llorar frente a la pantalla del ordenador significaría que se ha rendido.
Después de pasarse el día pidiéndole al reloj que caminara más rápido, que la sacara de aquella clase infernal y que la liberase.
Porque ¿qué hacer cuando nadie te quiere? ¿Cuándo eres invisible?
Las burlas aún dan vueltas por su cabeza cuando su madre la llama a cenar, y ella dice que no, mirando esa barriga, esa tripa que sobresale, esa grasa, ese objeto de burla por el cual no merece ser tratada como persona. Hasta el espejo se burla de ella, mostrándole una realidad distorsionada, la que ella quiere ver, le que los demás quieren que vea, la que no existe.
Dice que no pensando que así llegará el día en el que hará callar a esos que se hacen llamar sus compañeros, a esos seres que son tan perfectos como para buscar los defectos de los demás, les dejará sin aliento y les dirá, ésta soy yo, la yo que no tiene miedo de nada, ni vergüenza, la que no se esconde detrás de un libro para tapar sus lágrimas.
La culpa es suya por creer, por creer que ellos tienen razón, por hacerles caso… por dejar de comer hasta llegar el día en que despierta en la camilla de un hospital, conectada a un montón de máquinas, rodeada de paredes blancas y tristes, sola.
Los huesos se le marcan por cualquier parte del cuerpo, tiene los ojos hundidos en la cara y una sonrisa triste.
Ha conseguido su objetivo, ya no tiene esos horribles kilos que escondían helados y sonrisas, chocolate, y las películas en las que tomó palomitas.
Todo eso ha dado paso a una perfección triste y demacrada, pero eso da igual en su mundo, la belleza se encuentra en esa perfección, en esa tristeza, y ella ya la tiene.
No hay comentarios:
Publicar un comentario