martes, 17 de abril de 2012

Aleteo sombrío en una tarde de verano

En la soledad de la sala,  sentía como si una pelotita rebotara en el estómago, dejando una zozobra vacilante en la mente, mientras el tiempo, y el interminable tictac del segundero del reloj resonaba en su cabeza, constante, mientras las baldosas verdosas se extendían en el infinito, y esperaba con la cabeza gacha.

Todavía retenía en su retina los ojos zainos, el vano aleteo cansado de sus manitas, como si quisiera un asidero, cuando se lo llevaron entre sonrisas compasivas.

Un zumbido suave se deslizó tenuemente. Desde una ventana abierta, La tarde caía, dulce,   entraba un leve olor como a nardos en flor. Pero ahí seguía ese albur incierto, los ojos fijos y el pensar, divisar una carita amelocotonada correteando entre los nardos.

El zumbido se hace más fuerte.  Con los últimos rayos de sol de la tarde, una falena gris entra errática e hipnótica, en pos de la luz de un fanal marinero en el techo, mortecino, que apenas alumbra con su bombilla incandescente.

Una leve congoja le apretó el pecho, y de repente, la sombra parpadeante que proyectó la falena parecía, diviesa, grande como una penumbra lívida de presagios, en la triste sala de verdes azulejos. Por una eternidad de momentos, la falena jugó esquiva a dibujar sombras terribles sobre las paredes de la sala.

Un chasquido anuncia el girar de una puerta, una voz firme rompe el aire teñido de ámbar. Alzando los ojos, ve una bata blanca, y más arriba,  un rostro de perilla sonriente que le habla con voz suave.  Cuando lanza una última mirada hacia el fanal, la falena ya no está.

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