La meticulosidad es propia de Hugo. Antes de ponerse el pijama de topos verdes que le regaló su cuñado preferido, cuelga su piel en un galán situado junto a la cabecera de la cama; el hígado, lo deposita en la nevera, junto a los filetes de pollo del día anterior; los pulmones, en la galería para que se ventilen un poco; su esqueleto, en el perchero para que no se descoyunte; la cabeza, toda una, en una balda del armario, con sumo cuidado, no sea que se le esfumen las ideas; y el resto del cuerpo, en la mesa de entrada. Hugo, además de metódico, es todo un sentimental; solo se lleva al lecho su corazón, con su palpitar, al que en susurros le musita una nana antes de apagar la luz.
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