El tiempo se volvió líquido, congelando la esperanza en una ilusión que trasponía los sueños. Las nubes se arremolinaban curiosas, sólo una lucía en sombras. De su centro un triangulo de cristal se desprendía hacia la tierra, el halo de luz provocó una sonámbula estela, parecía provenir de una puerta cósmica, el resto de las nubes, viajeras de alas blancas y abultadas, contorneaban a su hermana oscura como la obsidiana.
La tarde se embriagó de un mudo silencio sumergiéndose lentamente en el secreto que ella quería ocultar. Un hombre que venía bordeando a pasos lentos el río quedó embelesado de tanta luminosidad, paz y belleza, sin dudarlo se dirigió hacia la luz, mientras que el tiempo se volvió confidente, arrullado por la brisa, que se tonó en viento cálido. Era imposible abstraerse de esa cortina bordada de destellos.
El paisaje se había convertido en la escenografía perfecta para volver a congraciarse con la vida, flotaba en la atmósfera un aroma a flores recién cortadas, el extraño siguió su avance hacia la luz y se dejó envolver en su brillantez., su piel se volvió nacarada, tornándose violácea, el viento que antes soplaba, se detuvo, embargado con la escena. El hombre ahora era todo luz y transparencia, su materialidad había dejado de ser, para convertirse en astillas de estrellas que ascendieron y se dispersaron en el azul terciopelo de la noche que había llegado sin permiso.
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