Lo primero que hago al levantarme es revisar mi correo electrónico. Entre los correos que llenan la bandeja de entrada, está el de mi amigo Pancho. Dice algo así como: Oye, he encontrado un concurso de esos a los que sueles presentarte, de aquí de El Sauzal, un relato corto, solo veinticinco líneas, de tema libre. Parece sencillo, ¿verdad? Respondo que acepto el desafío, seguro de mi capacidad creativa.
Al llegar a casa me siento frente al ordenador, esperando que las musas me visiten, pero tras veinte minutos de espera, el cursor del teclado sigue parpadeando en el inicio de una página en blanco. No se me ocurre nada. Vaya, esta sensación es nueva. Decido dejarlo para otro día.
Al día siguiente vuelvo a sentarme frente al portátil con idéntico resultado, ¿qué me está pasando? Mi mujer curiosea por encima de mi hombro, y me mira extrañada Reconozco, avergonzado, que no se me ocurre nada. Con la mejor intención del mundo, me sugiere escribir algo erótico, ahora que está tan de moda ese tema. Imágenes subidas de tono se agolpan en mi mente, pero desde que coloco los dedos sobre el teclado se desvanecen, como si desapareciera la conexión entre mi cerebro y mis manos. Frustrado, me voy a la cama.
Decido tomarme las cosas con calma, aún tengo tiempo para escribir esas veinticinco líneas. Seguro que en el momento menos pensado llegará la inspiración perdida.
Pasan los días y sigo en blanco. Pancho me pide que le pase el relato, quiere hacer de crítico literario. Le confieso que estoy pasando un periodo de sequía de ideas. Propone escribir algo con toques de novela histórica, que está muy de moda. Me parece una buena idea. Tal vez una historia de intrigas durante la época en la que la Iglesia de San Pedro Apóstol fue la sede del Cabido Insular. Con estupor descubro que aunque me traslade siglos atrás, la maldición del cursor parpadeante me persigue.
Mi hija comenta que está leyendo, por segunda vez, un libro sobre vampiros que está de moda. Mis ánimos se renuevan con la idea de una historia de amor entre seres sobrenaturales, pero tan pronto encendiendo el ordenador se esfuman como fantasmas. Muy mal deben estar las cosas en mi cabeza si no soy capaz de escribir cualquier cosa sobre vampiros, hombres lobos o momias. Tiro la toalla, he perdido mi fuerza creadora. Fuera del plazo para la presentación del relato escribo a Pancho para sugerirle, amablemente, que no vuelva a decirle a un escritor en ciernes que crear veinticinco líneas es un trabajo fácil. Puede acabar con sus sueños.
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