lunes, 29 de abril de 2013

MIS MUSAS

Al anochecer, al tiempo que la luna comenzaba a asomar en el cielo, las musas acudían a mi encuentro. Era sencillo, tan solo debía agarrar firmemente el bolígrafo y dejar que ellas susurraran a mi oído. Y así un día tras otro, hasta que conseguí rellenar miles de cuadernos, todos ellos repletos de bellas palabras conformando emocionantes historias.
Sin embargo, ocurrió que, aquella sofocante noche de agosto, en un intento por hacer que el aire de la calle entrara en la habitación en mi ayuda, abrí la ventana. Trágico error, pues las vi marchar. Una tras de otra abandonaron la estancia y me dejaron allí, solo, decepcionado y sin nada más que contar.
Las busqué, saben los dioses que lo hice. Una noche tras otra las esperé sentado, bolígrafo en mano, con la ventana abierta y el alma expuesta. Pero ellas no volvían. Pasé el otoño levantando ocres hojas del suelo con la esperanza de hallarlas bajo ellas. En cada copo de nieve, durante el invierno. Las busqué en el silencio de las noches a solas, en las risas de los niños a la salida del colegio, en el rumor de las olas. Y nada.
Me sorprendió la primavera en plena búsqueda y con ella llegaste tú. Bella, a más no poder. Tu mirada me hizo grande y caí rendido a tus pies.
Anoche, mientras dormías, hundí mi cara en tu pelo, envolviendo mi cuerpo con el tuyo, y entonces las vi, a mis musas, enredadas en tus cabellos y supe que habían sido ellas las que te trajeron hasta mí.

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