“Sus ojos son enormes y tan azules como el mismo mar, cuando me mira sonríe y se le ilumina la mirada de una forma…especial, pero rápidamente vuelve a quedar apagada, no sé por qué. Sus manos son ásperas, poco común para ser médico, pero aún así adoro el roce de sus manos con mi cuerpo, me toca dulcemente. ¡Y cómo canta niña! A veces me canta y lo hace cómo los ángeles, es único. Bueno, me llamarás loca pero creo que es mi medio limón, es un hombre que parece que lo conozco de toda la vida.”
Me encantaba llegar del trabajo y sentarme a los pies de la cama de mi madre a escuchar cómo me contaba todas estas cosas, parecía que se estaba enamorando de su médico y eso me agradaba. Con su enfermedad, Alzheimer, había olvidado todo: nombres, personas… Pero desde luego no había olvidado aquellos sentimientos que un día la unieron a mi padre y que ahora volvían a salir a flote. Su querido médico no era otro que mi padre, que pasaba día y noche junto a ella para que nunca lo olvidase, a pesar de que creyese que era su médico.
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