lunes, 29 de abril de 2013

EL ANCIANO

El obrero que manejaba la pala excavadora e iniciaba el derribo de la casa fue el  primero en descubrir al anciano asomado en uno de los desvencijados miradores.
Las obras se detuvieron y se requirió la presencia de la policía municipal y del concejal  de urbanismo para averiguar la identidad del hombre y las razones por las que se  encontraba en la vivienda.
La finca que poseía una hectárea de frondoso arbolado en el centro de la ciudad  perteneció a una familia que ya nadie recordaba y durante décadas permaneció  cerrada y en silencio como un cofre sepulcral repleto de matorrales y zarzas.
 La identidad del anciano  se supo enseguida y la  noticia corrió como la pólvora por todos los rincones de la ciudad.  Muchos vecinos no la dieron crédito pero vinieron  corriendo para conocer más detalles  congregándose en la calle y frente a las verjas de  la finca  para conseguir una buena ubicación y ver de cerca lo que sucedía. Nadie  quería perderse el acontecimiento y aunque fuese de lejos poder ver al anciano.
La policía estableció un cordón de seguridad, ordenó el tráfico y el acceso de los  numerosos periodistas que iban llegando, era evidente que la noticia ocuparía las  cabeceras de  los medios informativos.  Todos aspiraban a conseguir las primeras  fotos, las primeras declaraciones del anciano, palabras  sin duda de innegable valor  histórico.
Entró en el recinto una ambulancia motorizada y poco tiempo después llegó la comitiva de autoridades encabezada por el alcalde y su esposa, jerarcas religiosos y militares y una variada representación de la sociedad civil de la ciudad.
 La gente aguardó en silencio en el exterior de la finca, se rumoreó que el anciano  saldría al balcón a saludar pero no fue así, cayó la noche y salieron de la casa todos los visitantes sin hacer declaraciones.  La gente marchó a sus casas un poco decepcionadas pero con el firme propósito de regresar al día siguiente.

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