lunes, 29 de abril de 2013

DONDE NACE LA LUZ

Un lunes, el poeta entró en la cárcel. El funcionario lo guió, apático, a través de pasillos grises y verjas metálicas. Estas chirriaban al deslizarse hacia la derecha para permitir que el poeta avanzara, con un gemido siempre igual, y volvían a crujir al ser cerradas. El poeta anduvo, cruzando varios espacios monótonos y fríos, hasta llegar a su celda. En ella, solo habitaban una cama y un retrete nauseabundo. No había belleza. Todo era deprimente, incluso su traje de prisionero, que si bien daría una nota de color al gris de las paredes, los funcionarios y los días, así de los presos una serie de productos numéricos, alineados e iguales.
El lunes siguiente, su petición de colgar una enorme lámina de dibujo en la pared de su celda fue aceptada. Decidió pintar en ella un amanecer: la luz blanca del alba, el verde mar que conformaban las montañas, los carmesíes y violetas que se fundían hasta alcanzar el azul. Este paisaje, aunque pudiera parecer intranscendente, devolvió la conciencia al poeta, al despertar, del inicio de un nuevo día distinto a los anteriores. El gris dejo de imperar con la pesada rutina que suspendía el tiempo. Encontró en el cautiverio de su soledad una inspiración apacible. Entablo consigo mismo conversaciones que tenia pendiente. Observo el amanecer con todo su ser, y entonces, volvió a escribir.
Cuando algún compañero le preguntaba por el motivo de la pintada, el respondía que la belleza del cielo en el nacimiento de un nuevo día era lo único realmente hermoso en aquel lugar, lo único que le motivaba cada mañana. Al cabo de un tiempo, el amanecer fue noticia, y todos los presos hicieron la misma petición que el poeta. Apareció la belleza. La cárcel se convirtió entonces en un útero de amaneceres nuevos, bajo un mismo sol que los unía.

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