Ella vivía sola. Tal vez por su carácter tímido o por la fealdad de su rostro, jamás osó hablar con nadie desconocido. Trabajaba por necesidad, pero sin cruzar una palabra con los compañeros, excepto las estrictamente necesarias.
Por las tardes, sentada junto a la ventana, contemplaba la calle y la gente que pasaba. Cuando veía a alguien que le gustaba, sacaba de sus labios los besos que le daría a ese desconocido y los embotellaba. Al día siguiente se la mandaba a quienquiera que fuese, daba igual el destinatario.
Ninguno de los que recibieron una botella de cristal supo nunca que, nadando en el aire que la llenaba, estaban todos los besos de una extraña.
Por las tardes, sentada junto a la ventana, contemplaba la calle y la gente que pasaba. Cuando veía a alguien que le gustaba, sacaba de sus labios los besos que le daría a ese desconocido y los embotellaba. Al día siguiente se la mandaba a quienquiera que fuese, daba igual el destinatario.
Ninguno de los que recibieron una botella de cristal supo nunca que, nadando en el aire que la llenaba, estaban todos los besos de una extraña.
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