lunes, 29 de abril de 2013
EMPEZABA A SALIR EL SOL
Por fin empezaba a salir el sol, cuando todo se volvió silencio.
Los dos habíamos llegado tarde a la cama aquella noche. Fue un día de visitas al médico, de ataques de ansiedad, de miedo a comer por volver a vomitar; todo estrés. El sin parar dicen que es el mejor estado físico, así no hay tiempo que perder y no te deja opción a pensar demasiado. Pero con la noche tocaba el parón. La soledad oscurecía la habitación y nos engullía por separado.
El teléfono nos interrumpió a cada lado de nuestros espacios uniéndonos mentalmente en el mismo plano, como pasa en las películas. Yo me tapé hasta la cabeza con la manta y susurraba para que no me oyeran fuera. Seguía sin entender cómo hablábamos tanto. Él me escuchaba, la acción era recíproca y el descanso que nos suponía era mutuo. Terminamos exhaustos, pero dio tiempo a calentarnos los pies. Nuestro murmullo continuo, intervenido por carcajadas y alguna lágrima, marcó el ritmo a la madrugada. Varios cambios de postura: mirando a la pared, ahora de espaldas a ella,... Se nos apagaba la voz casi a la hora de la alarma.
Descansamos contándonos todo lo menos importante. Envestimos el miedo a la noche con la conversación absurda. Mantuvimos a salvo nuestra distancia y nos quedamos dormidos con el teléfono descolgado sobre la almohada.
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