Hoy hace tres años que me alisté en la legión. Aún hoy me pregunto que determinante hubo que justificara esa decisión. Soy hijo único, mi madre hizo grandes esfuerzos a todos los niveles para que yo estudiase. Terminé ADE a trancas y barrancas.
No encontraba sentido a la vida. Parece que todo se confabulaba contra mí para que entrase en una espiral de delincuencia. El grande se comía al pequeño; las personas me parecían robots sin alma, una sociedad apática. Sin tenerlo claro, un buen día me alisté en la legión. No sé que esperaba pero era una opción para dejar mi entorno que me estaba asfixiando.
Me costó adaptarme a una vida tan dura, disciplinada y rígida pero….. y este pero era muy importante, tenían las ideas muy claras y su estandarte era luchar o morir.
El sargento primero Evaristo, me seleccionó para hacer la guardia al Cristo de la Buena Muerte. No soy religioso, me he criado fuera de la Iglesia y su parafernalia me parecía fuera de lugar. Llegó el Jueves Santo, nos subimos a la fragata y viajamos hacia Málaga. Llegamos por la mañana y desembarcamos entre los aplausos de la multitud que nos esperaba. Yo iba muy sereno, todo lo que íbamos a realizar lo habíamos ensayado miles de veces.
Desfilamos hasta la parroquia de MENA para hacer la primera guardia. Entré y mi primera mirada fue para la cabeza del Cristo, inmediatamente empecé a sentir una paz, el corazón me latía con un ritmo de amor, mis ojos estaban clavados ante la majestuosidad de ese hermoso Cristo. Los colores se fueron haciendo más vívidos, las personas allí congregadas tenían un halo de serenidad, la música del silencio que se respiraba, era la más hermosa que he oído nunca. Realicé todo el protocolo con la mayor pulcritud y precisión pero mi alma estaba clavada en mi Cristo. En esos instantes entendí a que se debía mi alistamiento, mi angustia, mi soledad,.. Todo me llevaba de forma inexorable, a seguir los eslabones de la cadena para realizarme como ser humano, para valorar la vida y caer rendido a los pies de mi Cristo de la Buena Muerte.
No encontraba sentido a la vida. Parece que todo se confabulaba contra mí para que entrase en una espiral de delincuencia. El grande se comía al pequeño; las personas me parecían robots sin alma, una sociedad apática. Sin tenerlo claro, un buen día me alisté en la legión. No sé que esperaba pero era una opción para dejar mi entorno que me estaba asfixiando.
Me costó adaptarme a una vida tan dura, disciplinada y rígida pero….. y este pero era muy importante, tenían las ideas muy claras y su estandarte era luchar o morir.
El sargento primero Evaristo, me seleccionó para hacer la guardia al Cristo de la Buena Muerte. No soy religioso, me he criado fuera de la Iglesia y su parafernalia me parecía fuera de lugar. Llegó el Jueves Santo, nos subimos a la fragata y viajamos hacia Málaga. Llegamos por la mañana y desembarcamos entre los aplausos de la multitud que nos esperaba. Yo iba muy sereno, todo lo que íbamos a realizar lo habíamos ensayado miles de veces.
Desfilamos hasta la parroquia de MENA para hacer la primera guardia. Entré y mi primera mirada fue para la cabeza del Cristo, inmediatamente empecé a sentir una paz, el corazón me latía con un ritmo de amor, mis ojos estaban clavados ante la majestuosidad de ese hermoso Cristo. Los colores se fueron haciendo más vívidos, las personas allí congregadas tenían un halo de serenidad, la música del silencio que se respiraba, era la más hermosa que he oído nunca. Realicé todo el protocolo con la mayor pulcritud y precisión pero mi alma estaba clavada en mi Cristo. En esos instantes entendí a que se debía mi alistamiento, mi angustia, mi soledad,.. Todo me llevaba de forma inexorable, a seguir los eslabones de la cadena para realizarme como ser humano, para valorar la vida y caer rendido a los pies de mi Cristo de la Buena Muerte.
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