lunes, 29 de abril de 2013

“4000”

Déjalo ya, no me despiertes al alba con ese silencio color beige que has dejado en la pared. Abandona de una vez tu rincón preferido; sí ya sabes, ese desde el que me sigues llamando mediante cacofonías, suplicando piedad para tener una nonagésima oportunidad. Bueno, vale, es cierto que me ha costado expulsarte de esta nueva posada todo un periquito, dos plantas y una gripe; y de acuerdo que contigo tenía menos culo y hemos pasado buenos ratos. Pero mejor finiquitar este dilema, si hasta los electrodomésticos y las cortinas, desde su jaula con vistas, han celebrado dejar de verte.
¡Qué te voy a contar que no sepas! Porque puede ser que por las noches se me ha hecho algo más insoportable, menos llevadero, y he quiero justificar tu cruel perseverancia al ancho de la cama, a las triquiñuelas con las que me camelabas, o dedicar maldiciones a aquella amiga que nos presentó. Pero chico, hice bien vendando tus ojos, cortándote los vuelos y dejarte abandonado para que no regreses. A ratos suspiro de alivio, porque tal vez, ahora, puedo mirarte arruinado en esquinas, consumido en sorbos de ansiedad de otros labios, y otros pulmones, que ya no son los míos. Si hasta me divierte encontrarte en la boca de otros, a veces camuflado y tapiado por publicidad que nadie quiere leer. Pero mira, ahora tan solo me profesas compasión desde que decidí volar más ligera sin tu carga y la de tus cuatro mil amigos troyanos. Por eso te quiero lejos, que basta que me sientas vulnerable para que vuelvas a invadir mi habitación de madrugada. Y te legan oídas que entre ensoñaciones rememoro que todavía danzamos juntos, y canturreo, y fantaseo que lo mismo dejo que volvamos si va a ser para un ratito, pero esta vez nos saldríamos al balcón para que la dueña del piso no me venga con reprimendas.

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