Mientras leía el periódico aquella mañana, escucho a una persona gritando, pero no sé de dónde vienen los gritos, porque la gente de mi entorno no se inmuta.
-Tú formas parte de este circo, parece que vivieras entre un rebaño de ovejas y te dejaras llevar sin saber siquiera quién te guía, sin pararte a escuchar tus necesidades. Sí, tú, el del periódico, es a ti-.
Giraba la vista en busca de quién hablaba porque me sentí aludido pero el bullicio habitual no cesaba, era como si no lo oyeran. Me quité las gafas, enjuagué mis ojos, me desperecé un poco y me las puse de nuevo. Detuve mi lectura durante unos minutos y observé mí alrededor. La gente que escribía en sus teléfonos móviles en aquellos momentos, cuando mi mirada recorría a cada uno de ellos, podía leer frases en sus espaldas como si las estuvieran escribiendo en ese momento, era algo extraño, porque salían las letras una a una y decían cosas como:
“No soy feliz”, “qué he hecho con mi vida”, “he perdido el rumbo”, “me siento solo”.
Creí que me estaba volviendo loco, así que cogí con sumo cuidado una servilleta y limpié los cristales de mis gafas, cuando terminé me las puse, y miré a las personas que tenían aquellos mensajes, pero ya no estaban, en lugar de ello, se les veía personas amables, risueñas, contentas, así que no le di más importancia.
Cuando fui a la barra a pagar, un hombre bien vestido y de mi edad señaló:”Antes las personas gritaban, ahora con las nuevas tecnologías, ha cambiado el formato para pedir ayuda y muy pocos saben leer”, se giró y salió del bar dejándome atónito.
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