lunes, 29 de abril de 2013

LA MUCHACHA

Tenía el pelo castaño, largo, ondulado e impoluto, los ojos claros y un rostro pulcro e infantil desbordado de cruel ternura inmaculada que no ocultaba su ferocidad. Había en sus gestos, en su forma de morderse suave la boca ocultando la mirada, cierta complicidad que no me atreví a confirmar. ¿Qué ocurría si aquella impresión no resultaba ser nada más que el producto ambicioso de mi petulante imaginación o un anhelo ingenuo y desesperado? El problema consistía en que no podría estar seguro sin arriesgarme a destruir la poca autoestima que me quedaba, así que decidí no perturbar mi tranquilidad y continuar ebrio de fantasías y esperanzas sin enfrentar la realidad. La posibilidad, de todos modos, de que aquella intuición fuera correcta, era ínfima, un absoluto dislate.
No podía evitar acordarme de ella ahora que miraba por la ventana observando el cielo amarillo en el horizonte y el diseño esmerado al detalle de las mórbidas nubes turbias mientras el resto de pasajeros ignoraba la sensación de pérdida que experimentaba, abstraídos en sus mundos de problemas y preocupaciones. Un codazo inesperado, producto de un mal equilibrio y una predisposición paranormal a las embestidas de la vida, me arrojó de nuevo en medio de aquella muchedumbre apretada y evadida, como una canica en un bote lleno de esferas de vidrio golpeando sus cristales. Todo en mí era ficción: aquella muchacha desconocida que se había convertido en mi obsesión y en el motivo de mi tristeza lo confirmaba. No había pasado ni cinco minutos con ella, me había limitado a enviarle tímidas, melancólicas e inseguras miradas oculto entre la muchedumbre de aquel bar, y sin embargo, la certeza de no volver a encontrarme jamás con ella, era como un duelo patético que no generaba sino incertidumbre sobre mi futuro. Todo era vacío y superficial, el Sol se ocultaba y el mundo oscurecía. Pronto, aquellas nubes obesas y monumentales que parecían llevar océanos enteros en sus tripas desaparecerían en el espeso fluido oscuro de la noche. Lo único que sobreviviría sería la lluvia calando mi ropa e inundando mis deportivas y el amargo presentimiento de la tierra húmeda y las lombrices emergiendo como pesadillas.

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