lunes, 29 de abril de 2013

LA APUESTA

El ruido ensordecedor lo despertó. Tomás intentó acomodar la visión a la penumbra de la habitación. Escuchó en silencio. Notaba como los latidos de su corazón se aceleraban. De pronto, percibió el sonido más nítidamente y ahora se había transformado en pisadas atropelladas que se acercaban. Se incorporó rápidamente y cogió el cuchillo que guardaba bajo la almohada. Corrió tras la puerta y esperó conteniendo la respiración. Durante minutos que a él le parecieron una eternidad reinó el silencio. Sólo fue interrumpido por el ladrido de un perro en la lejanía.   
    Abrió la puerta en un acto de valentía. Inmediatamente oyó un grito desgarrador y los pasos, esta vez, se volvieron presurosos y se alejaron. Tomás corre cuchillo en mano a través del pasillo interminable tropezando con cada mueble que se encuentra a su paso. Por fin logra encender una luz y alcanza a ver fugazmente la sombra de algo que se pierde escaleras abajo.
-    ¡Quién anda ahí! Grita temeroso. Sólo recibe el silencio por respuesta.
-    ¡Maldita casa¡ Exclama aterrado ¿Por qué se le ocurrió pasar allí la noche?
El impacto que recibió en la cabeza lo sacó de sus cavilaciones y se desplomó contra el suelo. Cuando despertó, miró a su alrededor un poco confundido.
¿Qué le había pasado? Meditaba.
De improviso, algo llamó poderosamente su atención. Una nota al pie de su cuerpo, cuyas letras trazadas en sangre decían: “Dejad en paz a los que aquí habitan”.
La piel de nuca se le erizó y apenas podía tragar saliva.

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