lunes, 6 de mayo de 2013

SU LUZ



Creo que conoce mi estado de ánimo mejor que yo mismo.
A la lámpara de mi escritorio, que lleva conmigo más de seis años, jamás he tenido que cambiarle la bombilla. Parece que su luz fuera eterna. Es de esas lámparas de brazo largo y estilizado que se pueden doblar hasta traer la luz tan cerca, que el papel resplandece con un blanco natural y luminoso. Siempre a la izquierda, su luz sugiere sombras y las proyecta sobre las cuartillas de mil maneras diferentes.
Cuando escribo mis relatos de terror, las sombras se vuelven cortantes, insinuadoras, espeluznantes. Si otro día escribo poesía repleta de figuras evocadoras y sentimientos íntimos, las sombras se difuminan suaves hasta casi desaparecer. Otras veces, al escribir mis cuentos infantiles, la luz que desprende insinúa sombras saltarinas y divertidas que juegan con los papeles y se esconden de los personajes.
También es la compañera de mis noches de insomnio. Cuando la soledad me acosa, su luz me ofrece una salida al otro lado y siento que permanece junto a mí.  
Cada mañana me asomo despacio, sin que me vea, para confirmar que sigue ahí, cerca de mis cuartillas.
Cerca de mí.

lunes, 29 de abril de 2013

DOS SOMBREROS INEQUIBOCOS

El fuego de la  lumbre ilumina toda la estancia. La madera de haya crepita mientras es consumida por el fuego. En el exterior de la casa de montaña donde he ido a esconderme tras haber cometido el crimen, anochece lentamente. Sumidos en mis pensamientos, evoco a mi mujer asesinada apenas una semana después de descubrir que me era infiel.
Durante la noche apenas puedo dormir por el sentimiento de culpa que me corroe. Al amanecer,  me levanto de la cama y me acerco al balcón. Una densa niebla inunda los alrededores. De pronto, oigo el ruido de un vehiculo que se detiene junto al portón de la entrada de la finca. Unos segundos después, surgen entren las nubes las siluetas de dos hombres que llevan en sus cabezas unos sombreros inequívocos: dos tricornios de la guardia civil.

LA APUESTA

El ruido ensordecedor lo despertó. Tomás intentó acomodar la visión a la penumbra de la habitación. Escuchó en silencio. Notaba como los latidos de su corazón se aceleraban. De pronto, percibió el sonido más nítidamente y ahora se había transformado en pisadas atropelladas que se acercaban. Se incorporó rápidamente y cogió el cuchillo que guardaba bajo la almohada. Corrió tras la puerta y esperó conteniendo la respiración. Durante minutos que a él le parecieron una eternidad reinó el silencio. Sólo fue interrumpido por el ladrido de un perro en la lejanía.   
    Abrió la puerta en un acto de valentía. Inmediatamente oyó un grito desgarrador y los pasos, esta vez, se volvieron presurosos y se alejaron. Tomás corre cuchillo en mano a través del pasillo interminable tropezando con cada mueble que se encuentra a su paso. Por fin logra encender una luz y alcanza a ver fugazmente la sombra de algo que se pierde escaleras abajo.
-    ¡Quién anda ahí! Grita temeroso. Sólo recibe el silencio por respuesta.
-    ¡Maldita casa¡ Exclama aterrado ¿Por qué se le ocurrió pasar allí la noche?
El impacto que recibió en la cabeza lo sacó de sus cavilaciones y se desplomó contra el suelo. Cuando despertó, miró a su alrededor un poco confundido.
¿Qué le había pasado? Meditaba.
De improviso, algo llamó poderosamente su atención. Una nota al pie de su cuerpo, cuyas letras trazadas en sangre decían: “Dejad en paz a los que aquí habitan”.
La piel de nuca se le erizó y apenas podía tragar saliva.

LUCIERNAGAS DE ESPERANZA

En un país en el que los niños no pueden creer en las hadas y el sol cada día que pasa proyecta, de modo inusual, una mayor oscuridad. Las luciérnagas de la esperanza sembraban el cielo abriendo pequeños halos de luz que, cada vez que alcanzaban los semblantes de las apagadas almas de los niños, impregnaban de una bondad sin condicionantes, los sueños que una perpetua realidad se empeñaba en enterrar en las profundas dunas, mas allá de las selvas del olvido, que pueblan las grandes extensiones del vasto país de la eterna desdicha. Un día el cielo se abrió con gran estruendo y propagó una negrura sin precedentes sobre la arenosa tierra de aquellos desoladores desiertos. Los niños, con los ojos abiertos y la mirada agotada, buscando un mínimo resquicio de claridad, lloran y se lamentan de su terrible destino. Las luciérnagas de la esperanzan han partido, ya no proyectan sus luminosos rayos,  su tenue intensidad ha sido absorbida por el voraz apetito de la intensa noche. Amanece, despunta otro negro día, en un lejano horizonte donde una resquebrajada esperanza se difumina, un ínfimo punto de luz revolotea buscando la inocencia en unos rostros que, incesantes, no se resignan a perderlo de vista.      

LA ORILLA DE LOS SUÑOS Y LOS BUENOS DESEOS

Cada noche llegamos a la orilla de los sueños y en ese instante vuelvo a recordarte que dos por dos son cuatro, que deseo abandonar la mediocridad, y que si no me acompañas por el camino de la libertad, me iré junto a mi perro hacia la soledad tranquila que susurra la brisa.
Y se habrá acabo para siempre lo que percibía injusto para ambos. Se habrá acabado para siempre la tortura de dos personas que se amaron a su forma y que se despegaron de la misma manera sin ventura.
Hoy me dirás que no tengo razón, me la concederás dentro de tres años, y por el camino, perderé la vitalidad de mi querido ser, y tú, el sentido de la naturaleza que te envuelve.
Prefiero sentir, que bien te quise, y desear la felicidad de ambos por sendas propias a la condición de cada corazón.
El que te escribe, en su intimidad, te quiso muchísimo.

EL AUTOGRAFO DE ROLANDO DO RIO

—Ojala superemos los seis mil euros, de lo contrario, a ver que le decimos al del banco…—dijo nervioso el dueño— Al menos para poder mantener el negocio abierto otro trimestre…
—Seguro, jefe, siempre pasa igual. Ya verá como al final empiezan a pujar  y superamos esa cantidad— dijo el joven con tono poco convincente, mientras refrescaba la página de eBay donde se subastaba la singular salvación: Vendo autógrafo original del astro brasileño Rolando do Rio. El último que firmó el día del accidente automovilístico, del que sigue en coma un mes después. La subasta no llegaba a tres mil euros, pero se animó en los últimos minutos y se dispararon las pujas. La más alta puso el precio final en once mil quinientos euros, ¡casi el doble de lo esperado! Abrazados lloraron de alegría.
En los deportes del ultimo noticiario de televisión, informaron sobre el accidente. Varios testigos afirmaban haberlo visto tomar las tres últimas curvas, de la carretera que iba de la montaña a la ciudad, a una velocidad tan alta que podría haberse salido en cualquiera de ellas, pues las sorteaba sin ni siquiera frenar. El deportivo rojo, de precio tan astronómico como el futbolista, le permitía lo impensable en un vehículo normal, pero al salir de la última curva perdió el control y chocó contra un muro de piedras, destrozando el coche y sobreviviendo de milagro, aunque con pocas esperanzas de salir bien del coma profundo. Los periodistas se habían enterado de la subasta del autógrafo por internet y habían localizado a los afortunados a los que Rolando do Rio firmó el qué sería su último autógrafo. Ambos salieron en un reportaje, donde destacaban con que amabilidad se lo firmó aquella fatídica mañana en la que llegó en taxi para recoger el deportivo rojo, al que ellos le habían arreglado una pequeña avería. Se mostraron muy agradecidos al futbolista y comentaron que con el dinero podrían pagar la hipoteca y mantener abierto el negocio.
Finalizaba la información con una panorámica de la fachada del establecimiento. En el último plano, la cámara enfocó el nombre del negocio: “Taller de Frenos García y Moya”

LA DISYUNTIVA

Perdida, herida… asustada bajo la lluvia, Nubia no podía encontrar su casa. Rastreaba desesperada con su hociquillo, tratando de localizar cualquier olor familiar que la orientase hacia su hogar, pero todo le resultaba extraño… los olores, los ruidos, la agitación y las personas a las que se acercaba de vez en cuando a olisquear si a lo lejos confundía su silueta con la de su dueña… Cada vez estaba más y más asustada y ansiaba volver a sentir las  caricias y el cariño de su familia…pero allí seguía, sola, desorientada y hambrienta…
Olga volvía del trabajo esa tarde, cuando a lo lejos y a través de la espesa cortina de lluvia que caía ante ella, le pareció ver una sombra en medio de la carretera. Al llegar a su altura, se detuvo y la vió. Bajó del coche y por unos instantes, ambas, se miraron fijamente, tratando de averiguar más sobre la otra.
- OH Dios mío ¡(Pensó Olga para sí)  parece un perro perdido. ¿lo habrán abandonado? ¿Qué hago? ¿Lo ignoro y sigo mi camino o lo recojo e intento ayudarle?... Por unos instantes, su mente escrutó ambas opciones: Pasar de largo y no pensar más en ello, o complicar aún más su ya de por sí agitada rutina… Nubia la observaba curiosa, ladeando su cabecita, parecía intuir la disyuntiva de Olga, porque sus grandes ojos grises se clavaron en ella pareciendo suplicar su ayuda, comenzó a temblar como una hoja y a gimotear muy bajito. Finalmente, Olga escuchó a su corazón… y no pasó de largo…la recogió, la llevó a la Policía Local y comprobaron que tenía microchip. Pudieron localizar a su dueño, quien en apenas diez minutos fue a recogerla.
Olga quiso quedarse para vivir ese momento: el reencuentro de dos seres que se necesitan y se quieren….  Sus ojos se llenaron de lágrimas de alegría al ser testigo de tan bello suceso. … Por una vez, dijo alguien, la historia tiene final Feliz.


UNA SONRISA

Tomás comenzó a trabajar como aprendiz de guardagujas en la antigua Estación del Norte, aunque enseguida aprobó los exámenes de taquillero y más tarde los de revisor.
Durante los últimos veinticinco años ha desempeñado el cargo de responsable del control de viajeros en la línea uno de cercanías, y por eso precisamente conoce de memoria los rostros y las historias de los viajeros habituales de sus vagones. Anselmo, el vendedor de seguros de Calablanca, que siempre viaja cargado de papeles desordenados; Trini y su marido Lucas que son los que más tarde regresan, después de trabajar más de trece horas, o Paquita, la muchacha que trabaja en una mercería de la Plaza de la Reina, y que anda estos días saliendo con un muchacho de Molina.
Pero Tomás nunca podrá olvidar ese viaje de un frío día de invierno, en que aquella mujer subió al tren temblando y con la cara desencajada. Parecía que huyera de un infierno atroz. Era una mujer joven, de no más de treinta años, morena, de ojos grandes oscuros y un pañuelo azul en la cabeza. Llevaba en sus brazos un niño de apenas dos o tres años, aterido de frío y con la cara amoratada.
    — ¿Qué le pasa? ¿Se encuentra bien? —preguntó Tomás, quitándose la chaqueta de su uniforme para abrigar al niño.
La mujer, sin pronunciar palabra, agachó la cabeza y comenzó a llorar en silencio, mientras acariciaba a su hijo. Tomás se sentó junto a ella, y la abrazó intentando ofrecerle un poco de calor. El tren volaba mientras el frío crujía los huesos y el alma de aquel niño y su madre.
Tomás llamó a la central, y a la llegada una ambulancia los recogió para llevarlos al hospital más cercano.

EL ANCIANO

El obrero que manejaba la pala excavadora e iniciaba el derribo de la casa fue el  primero en descubrir al anciano asomado en uno de los desvencijados miradores.
Las obras se detuvieron y se requirió la presencia de la policía municipal y del concejal  de urbanismo para averiguar la identidad del hombre y las razones por las que se  encontraba en la vivienda.
La finca que poseía una hectárea de frondoso arbolado en el centro de la ciudad  perteneció a una familia que ya nadie recordaba y durante décadas permaneció  cerrada y en silencio como un cofre sepulcral repleto de matorrales y zarzas.
 La identidad del anciano  se supo enseguida y la  noticia corrió como la pólvora por todos los rincones de la ciudad.  Muchos vecinos no la dieron crédito pero vinieron  corriendo para conocer más detalles  congregándose en la calle y frente a las verjas de  la finca  para conseguir una buena ubicación y ver de cerca lo que sucedía. Nadie  quería perderse el acontecimiento y aunque fuese de lejos poder ver al anciano.
La policía estableció un cordón de seguridad, ordenó el tráfico y el acceso de los  numerosos periodistas que iban llegando, era evidente que la noticia ocuparía las  cabeceras de  los medios informativos.  Todos aspiraban a conseguir las primeras  fotos, las primeras declaraciones del anciano, palabras  sin duda de innegable valor  histórico.
Entró en el recinto una ambulancia motorizada y poco tiempo después llegó la comitiva de autoridades encabezada por el alcalde y su esposa, jerarcas religiosos y militares y una variada representación de la sociedad civil de la ciudad.
 La gente aguardó en silencio en el exterior de la finca, se rumoreó que el anciano  saldría al balcón a saludar pero no fue así, cayó la noche y salieron de la casa todos los visitantes sin hacer declaraciones.  La gente marchó a sus casas un poco decepcionadas pero con el firme propósito de regresar al día siguiente.

HIJOS DEL REPUDIO

La sirena militar me devolvió a la realidad. Aquel sonido estridente y rabioso penetraba por todas y cada una de las ventanas de los barracones, anunciándonos, como cada día, que el tormento comenzaba. Atiné a levantarme sin mucho esfuerzo. Al llegar al lavabo, ya podía oír los lamentos por los pasillos. Gritos secos de dolor e impotencia contenida.
Froté mi cara con el poco jabón que quedaba en la encimera. Me miré al espejo con resignación. Y volví a hacerlo cada vez que, en un afanado intento de aclarar la espuma impregnada en mis cicatrices – ahora abiertas –, echaba agua fresca para mitigar el dolor que las avivaba. Tras secar las gotas que se deslizaban por mi cuello, cogí aquel viejo maletín de mujer que, guardado con mimo y cautela bajo vetustas cajas de correspondencia, hacía de mis días de destierro, un suplicio; una condena diaria de apariencia.
Fuera retumbaban los gemidos de todas aquellas personas que sin quererlo, se vieron recluidas en una ciudad de repudiados y almas en pena. Al entreabrir la persiana, el dantesco espectáculo invadía, una mañana más, mis pupilas mancilladas por el sufrimiento de saberme vivo y espectador cómplice de aquel teatro. Errantes, nauseabundos, apestados... caminaban hacia el único refugio que se les había proporcionado sin más; aquella lúgubre e inacabada iglesia de bloques grisáceos atestada de palomas. Guarida del pensamiento de los creyentes. Remanso inquieto de falsos anhelos en el que yo, por designios insurrectos, me había convertido en tabla de salvación de todas aquellas miradas anónimas venidas a menos.
Maquillé mis úlceras hasta hacerlas casi desaparecer. Tapicé mis piernas con abundantes polvos talcos que camuflaban aquel olor putrefacto que arrastraba desde hacía ya varias semanas. Las cubrí con delicadeza hasta comprobar que mis lesiones no se alcanzaban a vislumbrar. Al salir a la puerta, comenzaba la función. La ladera, el santuario, aquella fantasmagórica e imponente cruz de hormigón. En las medianías, Arico. En la puerta, todas aquellas personas inquietas; hijos del repudio a la espera de una bocanada de esperanza que ni yo mismo tenía. Ni Dios ni Fe. El infierno tenía nombre, Abades, y nos había tocado vivir en él.

BANDERITA

Hoy, que es día de particular, acudimos a la escuela con ropa de domingo. El sol brilla en el cielo; el frío cruje en la tierra. Nosotros estamos emocionados; el pueblo, engalanado. Formamos en el patio del colegio; niños a un lado, niñas a otro. La comitiva escolar, que desfila hacia la entrada del pueblo, la preside el director del colegio, custodiado por los maestros y maestras. Por delante de nosotros, ya marcha el alcalde, vestido de gala, bastón de mando en mano. Detrás de él caminan los concejales y los alguaciles. Los curiosos se asoman a balconadas y ventanas engalanadas de fiesta.
 Hace frío, tanto que infiere dolor a las carnes de nuestras piernas desnudas, recubiertas tan solo por un pantalón cortito que aprieta nuestros muslos enflaquecidos. Nos situamos junto al borde de la carretera. Ya están allí las monjas, y los ancianos y ancianas del asilo con sus ropas menos raídas.
La Guardia Civil pone orden a nuestro alboroto, cortándolo de raíz. Nos dan una banderita de España con todo lujo de detalles, incluido en el escudo el águila imperial. Nos ordenan que las agitemos cuando nos lo señale el sargento; nosotros jugueteamos con ellas, manos en la espalda.
El aire gélido raspa nuestras orejas. A mi me parece que se ha reposado sobre la punta de mi nariz, tan helada ni con el vaho de mi boca consigo hacerla entrar en calor.
-¡¡Ahora!! –ordena el sargento, su tricornio calado hasta su única y enorme ceja, que compite en negrura y espesor con su mostacho.
 La comitiva de coches y motoristas pasa por delante de nuestras narices como un rayo que no deja ni rastro mientras las banderitas cortan el aire,  y se escuchan gritos de júbilo. ¡Viva! Y más vítores a diestra y siniestra.
 <<Todos de vuelta a casa, que la misión ya está cumplida y podéis sentiros orgullosos>>, nos dice el alcalde con jactancia. Todos nos miramos sin saber qué ha ocurrido ni qué decir.
En el telediario de las tres dan la noticia: el Jefe del Estado está pescando salmón en aguas bravas, a cientos de kilómetros de nuestro pueblo. Entonces… ¿De quién era el guante blanco que asomaba por la ventanilla del coche negro que hace tan solo un par de horas ha pasado a toda velocidad por las afueras de mi pueblo en dirección al coto para que su ocupante cazara ciervos cebados para él?

OFERTA DE AMIGO

Se necesita persona para conversar, no importa la procedencia, edad, ni profesión.
Requisitos:
Residencia en Santa Cruz de Tenerife. Preferentemente  en el entorno de El Sauzal.
No hablar de prima de riesgo, huelga, crisis, desahucios, embargos, bancos, IBEX, sanidad, educación, paro, juzgado, imputado, escarches, comisiones, preferentes, IRPF, amnistía fiscal y  déficit.
Aficiones:
Se valorará su gusto por la lectura y escritura.
Interesados enviar datos a Antonio Pérez.
Referencia: Hombre solo

LA TUMBA DE LA REINA ELEFANTE

Ayer mi tía me recordó el cuento que me contaba cuando era niña. Era la historia de una reina elefante que tenía una cría pequeña y que guiaba una manada de cincuenta paquidermos por la sabana de África oriental.
Los elefantes vieron trastornada su existencia una tarde en que un grupo de humanos se cruzaron en su senda. Éstos no buscaban colmillos de marfil, sino a los propios miembros de la manada. Y pese a la valerosa resistencia de la reina y sus congéneres, que barritaban como las trompetas de Jericó en su momento de mayor gloria, la matriarca y varios más fueron capturados, y perdió de vista a su cría.
Durante el viaje por la sabana, atisbando por las rendijas del convoy que la transportaba, la reina intentó memorizar árboles y ríos para encontrar al resto cuando escapara, pero sus esperanzas se empañaron cuando la subieron al barco que había de conducirles a otro continente.
Allí la matriarca y sus compañeros cautivos fueron vendidos a un circo. Las cadenas les impedían fugarse pero, al hacerse vieja y ahorrarle las ataduras, la reina moribunda siguió el instinto ancestral de su raza y huyó buscando el cementerio de elefantes. Unos marineros que hacían la ruta a África la encontraron muerta junto a los muelles, y comprendieron su intención. La incineraron y, de regreso al continente africano, le construyeron un singular mausoleo: la tumba de la reina elefante, erigida en recuerdo de los que fallecen lejos de su hogar.
Ayer mi tía me recordó el cuento de camino a la inauguración de la placa a los exiliados que han colocado en el ayuntamiento de nuestra ciudad, entre los que figura mi madre. “Lo próximo, el mausoleo”, me dijo sonriente. Ojala hubiera podido pedirle, como cuando era niña, que inventara otro final.

A LOS PIES DE LA VIDA

Ella vivía sola. Tal vez por su carácter tímido o por la fealdad de su rostro, jamás osó hablar con nadie desconocido. Trabajaba por necesidad, pero sin cruzar una palabra con los compañeros, excepto las estrictamente necesarias.
              Por las tardes, sentada junto a la ventana, contemplaba la calle y la gente que pasaba. Cuando veía a alguien que le gustaba, sacaba de sus labios los besos que le daría a ese desconocido y los embotellaba. Al día siguiente se la mandaba a quienquiera que fuese, daba igual el destinatario.
              Ninguno de los que recibieron una botella de cristal supo nunca que, nadando en el aire que la llenaba, estaban todos los besos de una extraña.

SI, ¡TE QUIERO!

Estaba asomada a la ventana de mi casa, mirando el horizonte. La tarde estaba fría, hacía un poco de viento racheado.
Me encontraba desganada, sentía en mi estómago un cosquilleo raro, ni bueno ni malo. Decidí  ir hasta la playa de Papagayo. A esa hora y con mal tiempo, estaría desierta. Al llegar a la playa me quité las zapatillas y fui derechita a la orilla, me apetecía sentir el agua fría en mis pies; pensé que actuaría de calmante para mi desasosiego.  Empecé mi paseo con las zapatillas en la mano, de pronto oí voces a lo lejos, miré y me quedé helada, mi corazón se desbocó, sentí un temblor que recorría muy deprisa todo mi cuerpo. Algo me decía que fuese valiente y siguiera hacia adelante, al mismo tiempo, mi cabeza me instaba a dar la vuelta, marcharme lentamente y en silencio. Fueron unos instantes muy cortos que  viví de una forma muy intensa. En mi lucha interna, sentí morir, me mareaba por efecto de la ansiedad.
No sé en que momento ni lo que motivó que diese la vuelta. Mi alma lloraba y sentí una especie de rabia por mi cobardía. Era ella, mi adorada muchacha, mi tesoro, la persona con la cual había convivido cinco años y la adoraba. Si, a pesar de todo mi amor, di la vuelta, no fui capaz de correr para abrazarla. Tuve que callar mi corazón por una especie de respeto hacia mi hijo, era su exnovia. Y,  Si, me alejé de su lado repitiendo su querido nombre hasta llegar a mi casa y derrumbarme entre grandes sollozos.
Desde la distancia que nos separa por motivos ajenos a nosotras, te grito: ¡SARA TE QUIERO!

BUENA MUERTE

Hoy hace tres años que me alisté en la legión. Aún hoy me pregunto que determinante hubo que justificara esa decisión. Soy hijo único, mi madre hizo grandes esfuerzos a todos los niveles para que yo estudiase. Terminé ADE a trancas y barrancas.
No encontraba sentido a la vida. Parece que todo se confabulaba contra mí para que entrase en una espiral de delincuencia. El grande se comía al pequeño; las personas me parecían robots sin alma, una sociedad apática. Sin tenerlo claro,  un buen día me alisté en la legión. No sé que esperaba pero era una opción para dejar mi entorno que me estaba asfixiando.
Me costó adaptarme a una vida tan dura, disciplinada y rígida pero….. y este pero era muy importante, tenían las ideas  muy claras y su estandarte era luchar o morir.
El sargento primero Evaristo, me seleccionó para hacer la guardia al Cristo de la Buena Muerte.  No soy religioso, me he criado fuera de la Iglesia y su parafernalia me parecía fuera de lugar. Llegó el Jueves Santo, nos subimos a la fragata y viajamos hacia Málaga. Llegamos por la mañana y desembarcamos entre los aplausos de la multitud que nos esperaba. Yo iba muy sereno, todo lo que íbamos a realizar lo habíamos ensayado miles de veces.
Desfilamos hasta la parroquia de MENA para hacer la primera guardia. Entré y mi primera mirada fue para la cabeza del Cristo, inmediatamente empecé a sentir una paz, el corazón me latía con un ritmo de amor, mis ojos estaban clavados ante la majestuosidad de ese hermoso Cristo. Los colores se fueron haciendo más vívidos,   las personas allí congregadas tenían  un halo de serenidad, la música del silencio que  se respiraba, era la más hermosa que he oído nunca. Realicé todo el protocolo con la mayor pulcritud y precisión pero mi alma estaba clavada en mi Cristo. En esos instantes entendí  a que se debía  mi alistamiento,  mi angustia,  mi soledad,..  Todo me llevaba de forma inexorable, a seguir los eslabones de la cadena para realizarme como ser humano, para valorar la vida y  caer rendido a los pies de mi Cristo de la Buena Muerte.

COMPÁS BINARIO

En su mecedora; compás binario, adelante y atrás en un tempo moderato.  En su mente; también dos tiempos, uno presente y otro pasado que vibran a la par.
Ahora, es ventana al mar, con un drago de cuatro brazos y un mirlo de pico naranja que va de aquí para allá, creando melodías libres sin líneas divisorias que le delimiten su propio compás.
Pasado, es una infancia a pie de mar con un tempo allegro  aunque marcado por la ausencia de un padre que tuvo que emigrar a la octava isla y ya no regresó más, un maldito ritmo fatal del destino le hizo enfermar y en tierras lejanas su cuerpo dejó reposar sobre una tierra húmeda y verde que huele a sal.
Pasado, es una adolescencia vivida en un continuo acelerando apasionadamente encontrando cumbres y ciénagas donde naufragar y en esta intensa búsqueda se encontró a una joven que le apasionaba cantar y puso todo su empeño y voluntad en un tempo en movimiento perpetuo para alcanzar su sueño intenso, su sueño más vital.
Pasado, son óperas de Wagner, Mozart, Puccini o Verdi entonadas en un registro profundo, profundo como el mar de su tierra natal. Roma, fue un scherzo a los veinte; New York, un “molto agitato”; Austria, un tempo con freschezza… pero Tenerife, su tierra natal, fue y es un rondó de estribillo conocido, fácil de interpretar.
Ahora es el tempo “finale”, pero diferente al esquema tradicional. No es el final de una sinfonía clásica en el que manda el presto o el vivace, simplemente es un andante cantábile, non presto, con intimo sentimiento, y ya no es la mezzosoprano de voz redonda y aterciopelada que hacía el pecho vibrar, ahora es el canto silencioso que brota del que saber estar vivo cada día manteniendo el ritmo que le toca en cada momento interpretar.

HÉRCULES CONTRA SUPERMAN

El valiente Hércules, artífice de incontables hazañas, protagonista indiscutible del heroísmo griego y ejemplo extraordinario del vigor y la valentía que todo varón desearía para sí mismo combatía al pie de una montaña contra un feroz guerrero llamado Superman. La astucia en combate de su oponente era despiadada, su fuerza física inalcanzable, su cuerpo indestructible y su velocidad endiablada. Así que, cuando al borde de la muerte, a causa de las múltiples heridas con que su rival le habría premiado, se vio obligado a elegir entre la vida o la muerte, seguir o no luchando para salvar su orgullo e imagen pública, una luz, una chispa de sabiduría se encendió en su interior obligándole a elegir la vida, por lo que dejó que el rayo de su oponente penetrara en su cuerpo atravesándole el corazón.

EL ESPANTAPAJAROS

Todas las madrugadas me despierto con el primer tintineo del despertador. No me hago el remolón: soy un buen profesional. No me hace falta desayunar porque soy un espantapájaros y tengo que simular estar hecho de paja, si no me despedirán. Lo último que hago antes de salir de casa es abrigarme con el sobretodo de lana por encima del peto vaquero y la camisa a cuadros, colocarme las botas de agua, el sombrero de fieltro y despedirme de mi esposa con un beso en la mejilla. A veces me comenta que estoy cada día más delgado, entonces trato de explicarle mis obligaciones, discutimos, y me marcho un poco molesto con su actitud intolerante, pero en seguida se me pasa: en el fondo nos amamos y eso es lo único que importa. Al llegar al sembrado cambio de turno con mi hijo y nos saludamos quitándonos el sombrero después de una reverencia, me cuelgo del poste y a aguantar los graznidos y los picotazos de los cuervos durante el resto del día. Tampoco me puedo mover de allí, por muy mal que lo pase, porque si sucede que me muevo por cualquier motivo y en ese preciso momento aparece el terrateniente puede enojarse, pensar que es algo frecuente y despedirme. Y necesito el dinero, por ello aguanto tantos abusos.

HISTORIA DE UN CADÁVER

El viento ululaba entre los árboles y los matorrales del lóbrego bosque y un lobo, ya en la distancia, aullaba melodías de sangre. Los crujidos de las ramas tronaban como relámpagos en la profundidad de la noche negra. El olor de la tierra mojada y los gritos de los animales presagiaban un desenlace dramático, en su canto de burla y peligros. Una densa y gélida bruma opacaba la luna multiplicando la oscuridad sórdida de la noche, haciendo que aquella búsqueda resultara fútil. Un par de bujías guiaban sus pasos. La tierra, fangosa, entorpecía y retrasaba la marcha derrotada de la comitiva. –
¿Dónde estás? ¡Dios mío, que me lo han matado! – suspiró entre sollozos tímidos la madre. Ningún brazo rodeó sus hombros para apaciguar su espíritu afligido, nadie acudió a ella para abrazarla. Tan poca esperanza tenía todos aquellos valientes hombres que la acompañaban en la expedición que ninguno fue capaz de pronunciar una sola palabra que la tranquilizar: comprendían la inutilidad de su empresa, sin embargo, no pudieron negar su compañía, pero tampoco eran capaces de ofrecer su consuelo. Los hombres conversaban en voz baja pretendiendo ocultar sus palabras, confabulando contra la mujer, proponiendo llevarla de regreso a casa por la fuerza en el caso de que no entrara en razón y mostrase algún tipo de resistencia, ya que temía que de continuar se acabarían perdiendo ellos también, no obstante, preveían que de hacer públicas sus intenciones la mujer entraría en un estado de rebeldía e histeria difícil de controlar. Mientras debatían al respecto de estos asuntos un grito fugaz los alarmó. La mujer tropezó con un cuerpo y a ciegas trató con sus manos de identificar qué era aquello. Poco a poco, aquella figura pequeña y frágil le fue resultando más y más familiar.
Sus manos acariciaban la sangre escarchada y sus ojos derramaban lentas lágrimas expectantes. El tacto del cadáver destrozado de su pequeño por las fauces de los canes le aterrorizó de tal manera que solo supo escapar del colapso mental abrazándose a él con fuerza y regañarle susurrándole al oído por haber salido de casa aquella noche lluviosa y oscura en contra de sus deseos e instrucciones.

ABEL Y CAÍN

Caín conduce a su hermano Abel hasta el interior del bosque. Una vez allí, lo increpa por asuntos sobre los que Abel considera injustos. « ¿Por qué debería renunciar al favor sólo porque tú no estés conforme con el resultado? ¿Qué hubiera pasado de ser tú el beneficiado? Eres un cobarde. Si tienes problemas empuña tu cuchillo contra Dios, que es el responsable, no yo, que sólo me limité a competir contigo en igualdad de condiciones» razona vehemente Abel. Caín, insatisfecho todavía con las explicaciones de su hermano, comenta: «Entonces, ¿qué clase de Dios permite que dos hermanos se enfrenten de esta forma? Si ambos nos esforzamos igual, ¿por qué negarme a mí la gratitud y despreciar mis ofrendas?» explica Caín. « ¿Y quién nos asegura que no seré yo mañana el rechazado por los mismos motivos arbitrarios por los que hoy lo fuiste tú? ¿No creará eso enemistades entre ambos? cuestiona Abel. «¿No era Dios benevolente» continúa Caín. «Hermano, ¡pues entonces expliquemos ante Dios nuestras dudas y temores!». Ambos hermanos comprenden entonces que toda disputa entre ellos es inútil y deciden no volver ofrecer obsequios al Señor hasta que este no les asegure que los dos serán recompensados de igual forma por sus esfuerzos. Así, se dirigen ante Dios, convencidos de que este los entenderá. «¡SI ESO ES LO QUE QUERÉIS,
AMBOS SERÉIS DESTERRADOS DE MI DOMINIOS Y OS CONDENARÉ A VAGAR COMO FUGITIVOS EL RESTO DE VUESTRAS VIDAS! ¡NO CONOCERÉIS EL ÉXITO NI LA FELICIDAD, VUESTRO GANADO ENFERMARÁ Y VUESTROS SEMBRADOS SE PUDRIRÁN!
¡YO OS MALDIGO A LOS DOS, MISERABLES Y HOLGAZANES SEDICIOSOS!». De esta forma, Abel y Caín son expulsados y marchan juntos por el mundo, hambrientos, enfermos y ateridos, en busca de una tierra fértil donde poder fundar juntos una ciudad que pudieran habitar con gentes quien los pudieran acoger. «Hermano, así que Dios era benevolente, ¿verdad?» reprocha Abel. «Sin embargo, ¿no fuiste tú quien sugirió un diálogo sincero con Dios?» grita enojado Caín. Ambos  hermanos comienzan a discutir en tono grave e irritado hasta que el mayor estalla y estrangula al pequeño, dejando su cuerpo oculto entre unos matorrales, al alcance de los bichos y las bestias carroñeras, que no dudan en alimentarse de su carne.

LA MUCHACHA

Tenía el pelo castaño, largo, ondulado e impoluto, los ojos claros y un rostro pulcro e infantil desbordado de cruel ternura inmaculada que no ocultaba su ferocidad. Había en sus gestos, en su forma de morderse suave la boca ocultando la mirada, cierta complicidad que no me atreví a confirmar. ¿Qué ocurría si aquella impresión no resultaba ser nada más que el producto ambicioso de mi petulante imaginación o un anhelo ingenuo y desesperado? El problema consistía en que no podría estar seguro sin arriesgarme a destruir la poca autoestima que me quedaba, así que decidí no perturbar mi tranquilidad y continuar ebrio de fantasías y esperanzas sin enfrentar la realidad. La posibilidad, de todos modos, de que aquella intuición fuera correcta, era ínfima, un absoluto dislate.
No podía evitar acordarme de ella ahora que miraba por la ventana observando el cielo amarillo en el horizonte y el diseño esmerado al detalle de las mórbidas nubes turbias mientras el resto de pasajeros ignoraba la sensación de pérdida que experimentaba, abstraídos en sus mundos de problemas y preocupaciones. Un codazo inesperado, producto de un mal equilibrio y una predisposición paranormal a las embestidas de la vida, me arrojó de nuevo en medio de aquella muchedumbre apretada y evadida, como una canica en un bote lleno de esferas de vidrio golpeando sus cristales. Todo en mí era ficción: aquella muchacha desconocida que se había convertido en mi obsesión y en el motivo de mi tristeza lo confirmaba. No había pasado ni cinco minutos con ella, me había limitado a enviarle tímidas, melancólicas e inseguras miradas oculto entre la muchedumbre de aquel bar, y sin embargo, la certeza de no volver a encontrarme jamás con ella, era como un duelo patético que no generaba sino incertidumbre sobre mi futuro. Todo era vacío y superficial, el Sol se ocultaba y el mundo oscurecía. Pronto, aquellas nubes obesas y monumentales que parecían llevar océanos enteros en sus tripas desaparecerían en el espeso fluido oscuro de la noche. Lo único que sobreviviría sería la lluvia calando mi ropa e inundando mis deportivas y el amargo presentimiento de la tierra húmeda y las lombrices emergiendo como pesadillas.

LECHE DE PERRO

La manifestación había terminado. El 15M avisó, pero ya era tarde para una sociedad consumista sometida a conceptos y términos sacados de un nuevo género de terror: inflación, déficit, prima de riesgo...
Avanzo por el tortuoso callejón -“hundido” en la “prima de riesgo”-, tratando de esquivar un sol de justicia. Sentado en la calzada adoquinada, un niño, la ropa sucia y ajada. Percibo su silencio, como queriendo parecer invisible. Y advierto otros detalles: el cachorro negro que descansaba inerte bajo sus rodillas. Y al frente, el pequeño cuenco...
    Aunque iba en contra de todo marketing especulativo -por esa calle no pasaba ni “el tato”-,  yo también hubiera buscado, en aquel mediodía de agosto, un rincón con una buena sombra. Decidido, saco una moneda, y la deposito dentro del recipiente...
Entonces oí su voz a mi espalda:
- ¡Eh! ¡Qué es la leche de mi perro!

“EL FALLO”

… y así; de manera rotunda, lo allí expuesto sonó a peripecia o argucias parte del mismo timo. Por ende, nuestro veredicto.

ALMAS SELENITAS

Con nuestra atención distraída en la salida de la Tierra llena, departíamos sobre la posible existencia de vida en aquella lejana bola azul que ascendía sobre el gris de nuestro horizonte. Mi amiga repetía, con una pasión y convicción que me divertían, que allí la vida inteligente tiene sustancia. Me aseguraba que ella recordaba haber sido en la Tierra una especie de mole alargada que avanzaba erguida sobre el suelo. Juraba por sus apagados que allí sobrevivía incorporando y evacuando constantemente materia, que se comunicaba generando sonidos guturales, y hasta que se unía con otros seres en extravagantes contorsiones. Luego, tras mirar antes a ambos lados y bajando el volumen de sus telepatía, me confesó que podían incluso llegar a ser placenteras. Ella pensaba que cuando nos apagamos nuestras almas van a la Tierra, donde se solidifican para purgar allí no sé qué faltas. Muchas creían que mi amiga estaba chiflada; a mí simplemente me parecía un poco excéntrica.
Desde entonces, con ademán indiferente y quitándole importancia para no ser tachada de esotérica o mística, me he dedicado a investigar el fenómeno. Así es cómo, de cráter en cráter y tras miles de testimonios, he podido constatar que un elevado porcentaje de luces —sobre todo las más jóvenes— parecen recordar la curiosa existencia material y terrícola. Francamente, me tienta la posibilidad de apagarme para poder comprobarlo… pero una tenaz y angustiosa incertidumbre sobre el más allá me lo impide.

“4000”

Déjalo ya, no me despiertes al alba con ese silencio color beige que has dejado en la pared. Abandona de una vez tu rincón preferido; sí ya sabes, ese desde el que me sigues llamando mediante cacofonías, suplicando piedad para tener una nonagésima oportunidad. Bueno, vale, es cierto que me ha costado expulsarte de esta nueva posada todo un periquito, dos plantas y una gripe; y de acuerdo que contigo tenía menos culo y hemos pasado buenos ratos. Pero mejor finiquitar este dilema, si hasta los electrodomésticos y las cortinas, desde su jaula con vistas, han celebrado dejar de verte.
¡Qué te voy a contar que no sepas! Porque puede ser que por las noches se me ha hecho algo más insoportable, menos llevadero, y he quiero justificar tu cruel perseverancia al ancho de la cama, a las triquiñuelas con las que me camelabas, o dedicar maldiciones a aquella amiga que nos presentó. Pero chico, hice bien vendando tus ojos, cortándote los vuelos y dejarte abandonado para que no regreses. A ratos suspiro de alivio, porque tal vez, ahora, puedo mirarte arruinado en esquinas, consumido en sorbos de ansiedad de otros labios, y otros pulmones, que ya no son los míos. Si hasta me divierte encontrarte en la boca de otros, a veces camuflado y tapiado por publicidad que nadie quiere leer. Pero mira, ahora tan solo me profesas compasión desde que decidí volar más ligera sin tu carga y la de tus cuatro mil amigos troyanos. Por eso te quiero lejos, que basta que me sientas vulnerable para que vuelvas a invadir mi habitación de madrugada. Y te legan oídas que entre ensoñaciones rememoro que todavía danzamos juntos, y canturreo, y fantaseo que lo mismo dejo que volvamos si va a ser para un ratito, pero esta vez nos saldríamos al balcón para que la dueña del piso no me venga con reprimendas.

EL ODIO CRUZABA EL CIELO

No entiendo al  ser humano, no entiendo razonamientos hipócritas que convergen en puntos difusos mutilando innoblemente el sentido común. Desde mi ignorancia no comprendo guerras absurdas donde nunca hay vencedores ni vencidos porque todos han perdido frente a la razón. Estuve en Kosovo en misión humanitaria, a mi llegada lo que más me impresionó fueron las miradas sin futuro de aquellos niños. A los lados de la carretera fosas comunes irrumpían con fuerza en el paisaje apoderándose de él. Filas interminables de chiquillos, los más afortunados caminaban, junto a la linde de la carretera durante varios kilómetros, sorteando tumbas, para llegar a una escuela derruida. Aquellos que esta suerte no les acompañaba transitaban desnutridos y descalzos entre socavones y barro. Cuando los disparos cruzaban el cielo y rompían el día, ellos se tiraban boca abajo tapándose sus pequeños oídos. El tiempo se paraba y el rugir del miedo se apoderaba de ellos.  El corazón terminaba por endurecérsele  y encallársele como una herida crónica. Mamaban unos odios que nunca llegaron a entender. Aún hoy me despierto sobresaltado cuando recuerdo a bebés envueltos en telas y  colocados debajo de algún puente. Nunca se está preparado para contemplar a dos críos enfrentarse por la posesión de un bollo. Ayudé hasta quedar exhausto, sin fuerzas, arriesgué mi integridad física en numerosas ocasiones, protegí con mis manos aquellos oídos inocentes pero, aún así, tengo la certeza que pude haber hecho mucho más.

VOLAR JUNTOS

Un piloto y su pareja querían pasar el resto de su vida juntos. Recurrieron a un sabio que había vivido sesenta años con la misma mujer, al considerar que era él quien podía ayudarles a desvelar sus dudas.
-¿Qué es vivir en pareja?, le preguntaron.
El viejo sabio les respondió con un poema de Rudyard Kipling: -Tengo seis honestos sirvientes (me enseñaron todo lo que sé); sus nombres son Qué y Por qué y Cuándo y Cómo y Dónde y Quién.
- ¿Quieres decir que para dar el paso tenemos que hacernos todas estas preguntas?
- Más bien, dijo el sabio,- tienen que plantearse todas las respuestas. 
-Entonces, preguntaron los jóvenes: ¿QUÉ es vivir en pareja?
-Es, nada más y nada menos que estar enamorados, EN-AMOR-A-DOS cuando es de verdad, se convierte en amor a tres, a cuatro, a cien, es volar hasta el infinito. El amor es lo que te hace seguir vivo, lo que te   lleva a realizar todo aquello que merece la pena. Es levantar el vuelo como lo hace un avión y es que estamos hechos para volar. 
-Bueno, esto está claro, queremos despegar, estamos seguros y hemos tenido en cuenta todos esos detalles.
-Entonces pasen al POR QUÉ. Cuando deciden emprender el vuelo deben saber por qué y no es fácil; muchos tienen un problema cuando suben al avión, otros cuando quieren abandonar en pleno vuelo.  Hay una difícil tarea previa que consiste en llenar la maleta de todo lo imprescindible: cariño, alegría,  sinceridad, respeto, aceptación, apoyo mutuo, diálogo, y sobre todo un catálogo común de valores y el resto del equipaje, (trabajo, dinero, prestigio, calidad de vida) debemos llevarlo pero fuera de la maleta.  
- Y, ¿CUÁNDO, CÓMO y DÓNDE? Solo la pareja lo sabe. Cada cual elige y elegir es tomar la mejor decisión, es identificar objetivos, ser realista, no engañarse,  gestionar la indecisión y poner en práctica las decisiones. 
- Bueno, nos queda el QUIÉN y tal vez teníamos que haber empezado por ahí.
- El sabio respondió: - Cuando deciden viajar juntos, entonces hay que plantearse con quién, así que el orden es el correcto. Deben saber quién es cada uno para luego saber con quién emprender el vuelo. Vivir en pareja te pone a prueba, te ayuda a descubrir quién eres y quién es la otra persona.  SI QUIEREN QUE EL AMOR PERDURE........ “VUELEN JUNTOS, PERO JAMÁS ATADOS”

EL IDOLO DE LA AFICION

Había cumplido su sueño. Firmando por aquel equipo, se había convertido en el fichaje más caro de la historia, lo cual lo llenaba de orgullo. Nunca antes vio tantos ceros juntos, por lo que hubo de dedicar unos minutos a dar forma en su mente a tan obscena cantidad de dinero.
Cuando fue consciente de las personas que podrían llevar una vida digna con la cifra que él cobraría por una sola temporada, algo cambió en su interior.
Sus desmarques por la banda, antaño tan veloces, dejaron paso a un jugador lento y sin chispa, pues ahora debía cargar con el peso de su conciencia.

MIRA TUS MANOS

Miras tus manos. Miras tus manos aferradas nerviosamente al asidero metálico del vagón. Miras tus manos labradas de caminos de piel muerta, de llagas aún calientes y de suciedad de varios días. Miras tus manos y te parecen de otro. No, piensas, definitivamente esas no pueden ser tus manos, las mismas manos de gesto pausado con las que hace apenas unos meses acariciabas la cabeza de un recién nacido más allá de la frontera. Y sin embargo son tus manos.
Qué habrá sido de sus puños orgullosos, de sus apretones decididos, te preguntas ¿Se extraviaron, quizá, en el mar? ¿Se perdieron para siempre al pagar el pasaje de la patera? Miras tus manos, y las recuerdas arañando la playa, buscando en la arena, para ti, un poco de aire con el que llenar tus pulmones.
Miras tus manos y ya no eres capaz de imaginarlas sin esa marca fría a la altura de las muñecas que revela el contacto reciente de unas esposas.
Miras tus manos y las odias porque aquí no sirven, porque no te valen de nada, porque no encuentras a quien las quiera para enyesar paredes o para planchar ropa, y por momentos te gustaría tirarlas a una papelera, arrancártelas, cortártelas ahí mismo, delante de todos. Pero no lo haces, no lo haces porque si lo hicieras te tomarían por loco, y no eres un loco, sólo eres un hombre que no puede usar sus manos.
Y las miras de nuevo, y te parecen de otro, y ves que tus dedos tamborilean a pesar de ti, e intentas protegerlos, esconderlos en los bolsillos de tu pantalón, y entonces el temblor se extiende por todo tu cuerpo, como si quisiera hablar en ese idioma que apenas entiendes, y preparas un gesto de disculpa a los reproches que seguramente te dedicarán los demás pasajeros por haberles estropeado su viaje con tus espasmos, pero cuando echas un vistazo a tu alrededor te das cuenta de que nadie te mira, a nadie le importas, así que tomas aire, te tranquilizas, das un paso al frente y te sitúas en medio del pasillo.
Entonces, una vez más, miras tus manos, y piensas que hace demasiado tiempo que no tocan otra piel. Miras tus manos y las comparas por un segundo con las manos de los que van sentados, y no, no logras ver la diferencia. Miras tus manos, y haces lo único que puedes hacer, y te parecen de otro cuando las ves allí, extendidas al final de tu cuerpo, esperando recibir por primera vez, en cualquier instante, como una lluvia fría, la caricia metálica de alguna limosna.

MIS MUSAS

Al anochecer, al tiempo que la luna comenzaba a asomar en el cielo, las musas acudían a mi encuentro. Era sencillo, tan solo debía agarrar firmemente el bolígrafo y dejar que ellas susurraran a mi oído. Y así un día tras otro, hasta que conseguí rellenar miles de cuadernos, todos ellos repletos de bellas palabras conformando emocionantes historias.
Sin embargo, ocurrió que, aquella sofocante noche de agosto, en un intento por hacer que el aire de la calle entrara en la habitación en mi ayuda, abrí la ventana. Trágico error, pues las vi marchar. Una tras de otra abandonaron la estancia y me dejaron allí, solo, decepcionado y sin nada más que contar.
Las busqué, saben los dioses que lo hice. Una noche tras otra las esperé sentado, bolígrafo en mano, con la ventana abierta y el alma expuesta. Pero ellas no volvían. Pasé el otoño levantando ocres hojas del suelo con la esperanza de hallarlas bajo ellas. En cada copo de nieve, durante el invierno. Las busqué en el silencio de las noches a solas, en las risas de los niños a la salida del colegio, en el rumor de las olas. Y nada.
Me sorprendió la primavera en plena búsqueda y con ella llegaste tú. Bella, a más no poder. Tu mirada me hizo grande y caí rendido a tus pies.
Anoche, mientras dormías, hundí mi cara en tu pelo, envolviendo mi cuerpo con el tuyo, y entonces las vi, a mis musas, enredadas en tus cabellos y supe que habían sido ellas las que te trajeron hasta mí.

¡UN SUEÑO COMPARTIDO!

Compartieron durante años la historia más bella jamás contada, un cuento de sueños de color rosa que sólo vemos en películas de enamorados. La novela de amor que transformó sus vidas para siempre y que dejó en sendos corazones una marca imborrable; la pasión…
Cuando se recuerdan vibra algo en sus corazones, se remueve algo en su interior, un sentimiento encontrado entre el amor  y la cordura del deber o el querer… ¿Era él? Cómo saberlo si en los momentos que más lo necesitó nunca estuvo con ella dándole el calor que tanto necesitaba, si desapareció sin previo aviso llevándose con él todos sus sueños de princesa real, su ardor, su deseo, sus ganas de transformar el mundo y su propia vida para comenzar una nueva a su lado. Se llevó su ilusión y su deseo por alcanzar la felicidad plena que otorga el amor de dos seres que se aman en silencio, en la oscuridad de lo que desean. Arrancó con recelo el sueño que compartieron durante años bajo una máscara de desconfianza y sospechas de frustración, debilidad, impaciencia, inmadurez, desconcierto; errores que les guiaron al fracaso en su intento por alcanzar las estrellas juntos.
Lo buscó, con ansia, sin imaginar que nunca iba a encontrarlo, se llevó la mayor desilusión de su vida y aunque aún hoy sigue en ella, se encuentran lejos de alcanzarlo; el amor se cansó de esperarlos. ¿Volverá algún día? Sólo el tiempo lo sabe, el deber o el querer… la esperanza los acompaña y el destino los aguarda.
¡Reflexiona, la vida es corta, debemos ser felices y para ello valientes. Lucha por lo que quieres sin dejar de hacerlo nunca; el amor es un derecho universal al alcance de todos!

LA HISTORIA SE REPITE

Bencomo se dirigía desde el valle de Taoro hacia un futuro incierto. Su camino era lento ya que paraba a contemplar el paisaje que le había acompañado toda su vida: la costa abrupta que era castigada por las olas; las altas y verdes montañas que lo flanqueaban desde su salida; el cielo azul, despejado y limpio que siempre cubría su cabeza. Tenía tiempo de pensar si toda la isla lucharía porque, a pesar de estar matando a sus hermanos, no todos los Menceyes veían al invasor como enemigo. Le asaltaba la duda y el desanimo pero, simplemente, con mirar atrás, ver a su pueblo siguiéndole y Echeyde protegiéndoles, sus fuerzas se restablecían. Habían llegado a su tierra en casas flotantes y quisieron someterlo. Lo obligaron a defenderse cuando había ofrecido su amistad. Ya había vencido en Acentejo y dejó escapar la ocasión de acabar con la invasión, un error que no volvería a cometer…
Bencomo se dirigía has Santa Cruz de Tenerife para comprobar lo que le decía su amigo:
-“Nos invaden, Bencomo… ya han llegado”-. Bajaba por la autopista en su coche y ya está centrando su  visión en las dársenas. –No me lo puedo creer, cómo es posible, esto es el fin – se decía. Solo faltaba sortear todas las obras de la cuidad y verlo con sus propios ojos pero decidió estacionar lejos para retrasar su llegada y desilusión. Se dirigía a Valleseco, hacia un futuro incierto. Su camino era lento ya que paraba a contemplar el paisaje que le había acompañado toda su vida: la costa edificada que era castigada por las constructoras; los altos y grises edificios  que lo acompañaban desde su aparcamiento; el cielo gris, nublado y contaminado que siempre cubría su cabeza. Tenía tiempo de pensar si todos si todas las islas lucharían porque no todos veían al “invasor” como un enemigo. Le asaltaban la duda y el desanimo pero, simplemente, con mirar atrás, veras su pueblo confundido y cegado ante tal atrocidad, su fuerza se restablecía. Pudo ver como las plataformas petrolíferas habían llegado a su tierra “Ser reparadas”. Lo estaban obligando a defenderse cuando había ofrecido otra opción. Recordó el mural de la lucha de Acentejo hoy llamado, injustamente, La Matanza, lugar donde se dejo escapar la ocasión de acabar con la invasión, un error que no deberían de volver a cometer. Bencomo tenía una segunda oportunidad.

DONDE NACE LA LUZ

Un lunes, el poeta entró en la cárcel. El funcionario lo guió, apático, a través de pasillos grises y verjas metálicas. Estas chirriaban al deslizarse hacia la derecha para permitir que el poeta avanzara, con un gemido siempre igual, y volvían a crujir al ser cerradas. El poeta anduvo, cruzando varios espacios monótonos y fríos, hasta llegar a su celda. En ella, solo habitaban una cama y un retrete nauseabundo. No había belleza. Todo era deprimente, incluso su traje de prisionero, que si bien daría una nota de color al gris de las paredes, los funcionarios y los días, así de los presos una serie de productos numéricos, alineados e iguales.
El lunes siguiente, su petición de colgar una enorme lámina de dibujo en la pared de su celda fue aceptada. Decidió pintar en ella un amanecer: la luz blanca del alba, el verde mar que conformaban las montañas, los carmesíes y violetas que se fundían hasta alcanzar el azul. Este paisaje, aunque pudiera parecer intranscendente, devolvió la conciencia al poeta, al despertar, del inicio de un nuevo día distinto a los anteriores. El gris dejo de imperar con la pesada rutina que suspendía el tiempo. Encontró en el cautiverio de su soledad una inspiración apacible. Entablo consigo mismo conversaciones que tenia pendiente. Observo el amanecer con todo su ser, y entonces, volvió a escribir.
Cuando algún compañero le preguntaba por el motivo de la pintada, el respondía que la belleza del cielo en el nacimiento de un nuevo día era lo único realmente hermoso en aquel lugar, lo único que le motivaba cada mañana. Al cabo de un tiempo, el amanecer fue noticia, y todos los presos hicieron la misma petición que el poeta. Apareció la belleza. La cárcel se convirtió entonces en un útero de amaneceres nuevos, bajo un mismo sol que los unía.

AMOROMA

Los ángeles  se confunden y lloran, deliberan y vuelven a llorar. Se nos van los segundos, entregados, en el más profundo amor, el tic-tac de nuestro reloj se acaba. Lo has olvidado, no somos tú y yo.
Amor enfermo, purulento, febril… no aceptado por el resto de la humanidad.
La vida es tiempo, el tiempo es vida. Aferrados a cada segundo nos amamos a escondidas. Silencios melódicos que acompañan el latir de nuestro corazón con cada caricia, cada beso en el lugar mas inexplorado de nuestra anatomía. Exploradores incesantes, sin partida ni rumbo definido.
Pronto nuestros cuerpos caerán por el abismo e irán navegando hacia el mar de las tinieblas, allá donde sólo van los marginados. Despacio remamos, nos duelen los brazos pero seguimos avanzando en nuestro empeño de acabar con nuestro amor, socialmente metastático.
El grande nos domina, nos entristece en cada bocanada de aire amargo. Tropezamos con una piedra e intentamos aferrarnos a ella duramente.
Empieza la tormenta, rayos y truenos con el mismo compás. Almas pidiendo a gritos libertad al resto de la humanidad:

¡Dejadnos ser libres! ¡Libres para amar!

ARBITRARIEDAD DE LOS NÚMEROS TELEFÓNICOS

 Más de mil hombres esperan el llamado.  Son -exactamente- mil treinta y dos los que aguardan dentro de aquella cabina telefónica. Son sólo hombres. Hay altos y bajos, no hay gordos, si flacos. Todos lampiños y calvos.   Cada uno de ellos sabe que no debe moverse de su lugar, que no puede respirar en forma desmesurada, que si el de al lado se rasca deberá esperar a que finalice (si es que también tiene necesidad de rascarse).
Creen que están numerados en sus espaldas, pero no lo saben con certeza .No hay lugar para estornudos o bostezos desmedidos. Sospechan que cualquier movimiento extemporáneo puede hacer fracasar el cometido.
Saben que deben observar un silencio absoluto pues no conocen la intensidad de la campanilla telefónica.
Son conscientes de que tan solo uno podrá atender esa llamada, están preparados. Unos (no todos) portan lapicera y papel, los otros muestran seguridad en los rostros, aunque hay algunos de estos que no pueden frenar el nervioso accionar de sus piernas.
Un teléfono resuena a la distancia, tal vez en la otra esquina o a mitad de cuadra.  Los ojos de los hombres se mueven inquietamente en cabezas inertes. El  sonido se extiende en el tiempo. No hay nadie que atienda ese llamado que se prolonga…eternamente.
  
                                                                                                                                                     Tabatinga

LA GRANJA XT24

En ella se crían cientos de miles de consuelos al año, con distintas configuraciones: cúbicos, redondos, cilíndricos, multiformes, emplumados, con pelaje, de plástico... En diversidad de colores, con y sin patas, con y sin sal, alados, silenciosos, con voces, con sonidos... Bañados en chocolate, en capas de pintura, iluminados con vivaces ojos, adornados con lucecillas o pantallas... Una vez engordados hasta alcanzar el objetivo proyectado, atraviesan por diversos procesos de refinamiento antes de llegar al consumidor, quien tras disfrutarlos durante unos breves momentos, suele proponerse conseguir otros tantos, o más y mejores, en cuanto le sea posible.
Cuando Yesi Mailser descubrió la granja, le invadió el altruista deseo de liberar a los consuelos más puros, para que estos pudiesen satisfacer a miles de personas de una manera más plena. Antes de ser detenido, logró soltar a media docena de ellos, que salieron volando de sus jaulas. Cuatro sirvieron para saciar alimañas, uno proporcionó cinco años de amor a una pareja, y otro alimentó durante casi una década los anhelos de un niño.
Yesi Mailser, una vez en libertad, impulsado por una irresistible fuerza interior, volvió a intentarlo, obteniendo un éxito similar a la anterior ocasión.  Pero esta vez, después de ser capturado, los guardianes lo ataron con esmero, y lo arrojaron al corral donde eran cebados los consuelos que pronto serían sacrificados. En aquel suelo de hormigón, ignorado por unos y pisoteado por otros, fue mordisqueado y embadurnado de tintes y excrementos, hasta que un grupo de hambrientos consuelos comenzó a devorarlo lentamente.

ELLA TE AMA AHORA

 Al fin la has encontrado. Ya puedes detener tu errar frenético por el mundo, ese estrépito de flautas y címbalos, ese crepitar de ruedas de carro, el rugido impaciente de la yunta de panteras, la algarabía de sátiros y ménades que te acompaña.
Es muy bella y lo sabes. Sabes también que no tendrás otra oportunidad parecida. La contemplas, despacio, el arco leve de su cuello, su piel blanca, muy blanca, su mirada dormida tras unos párpados de seda, su sonrisa. Aún desconoce que su amado Teseo la ha abandonado, en silencio, a traición, mientras soñaba confiada sobre la arena de esta playa. Sí, has tenido suerte, ahora sólo debes conquistarla, desplegar todo tu oficio para que ella, Ariadna, se enamore de ti, Baco, dios de las cosechas, de la amistad, el dios que trueca el mosto en vino en los adentros oscuros de una tinaja de barro.
Ya lo has conseguido, no ha sido tan difícil, ella te ama ahora. Alza tu copa, brinda con ella, dios Baco, con Ariadna, hija de Minos, rey de Creta y hazla tu esposa, y llévala contigo al Olimpo, a vuestro único destino. Al umbral eterno de tu alegría.

LA NIÑA DEL CORAZÓN ROTO


Estaba de pie, expectante a un metro de sus retinas. Tenía los ojos enormes anclados en la cara pálida, podría decirse traslucida, como una luna de vidrio. “hola doctor”, susurro la niña, con su camisón de pediatría, con voz de lluvia, no de persona y de pronto aquella voz se torno conocía y punzante, como un aguijón de hielo.
Tres horas después petrificado, se llevaba las manos sudorosas a la frente ante unos informes absolutamente normales. Parpadeo fuertemente en un último intenso de invocar la lógica con su dura cabeza de cirujano, pero allí seguía ella, con sus tonalidades propias, neutras, reales. Ahora se lo tornaba a su lado, como una luciérnaga, con los labios violárselos y perfumados. Entonces, decidido, se incorporo.
“¿A dónde vamos?”, pregunto apáticamente la niña “a psiquiatría”, confesó, ofreciéndole su mano de forma instintiva. Ella se aferro a sus dedos con su pequeña mano helada, de cristal.
Cuando la psiquiatra, cubierta por una bata de un blanco absoluto, abrió la puerta que le separaba de su compañero, el ya la esperaba.- “hola Luis, voy a buscar un poco de agua. Cuando regrese empezaremos por hablar sobre que ocurrió en aquella operación, ¿de acuerdo?” comento mientras le invitaba a sentarse.
Se dejaron caer sobre un sillón color marfil, en el que la niña parecía mimetizarse. El cirujano cardiaco anclo una vez más su mirada en la criatura, blanca como una muerta, en sus ojos enormes y sus orejas de ceniza. Ella, con su corazón roto le sonrió.
Entonces lo supo. No por sus años dedicados al estudio de la medicina. Lo sintió cuando la niña dejo de balancear sus piernas y apretó la mano tiernamente, para susurrar en el dialecto de la lluvia una última frase indescifrable.
Y con un miedo casi irracional, con el terror del universo en la carne, como buen médico se quedo a espera. Solo, en el despacho absolutamente vacío.

UN ÚLTIMO LATIDO BRILLANTE

El anciano artesano quiere relanzar sus votos de compromiso, hasta la eternidad. Sentado y pensativo y abstraído y embelesado sobre las tejas frías mira en lontananza el despuntar del amanecer. Vespertino, cacarea un capón enlatado en los adentros. Afuera, huele a heno, a pueblo, a ciénaga, también diría que hasta a pantano escarchado. El artesano vive, en carne propia, la insipiente viudez de la Juana, y quiere deslumbrarla a toda costa con la belleza singular de un paroxismo de amor. Silencioso baja al taller, y, al torno, domestica con su pericia el cieno salvaje. Pisando el pedal hunde las venenosas manos en la arcilla húmeda. Modela un corazón perfecto dejando un hueco en su interior. Sin limpiarse las manos se arranca de cuajo el suyo –sin titubeos- y lo introduce dentro del labrado, y ubicando y entrambos algo simbólico, tapa la abertura superior con mas fango, puliendo el resultado. Barroco es ademanes en medio del delirio vuelve a colocar en su pecho la artesanía y se acomoda el traje/mortaja.
Cuando Juana abra el féretro vera el corazón de barro y como –con un postrer latido-, sobresaldrá visceral y apasionado del cieno fresco, engarzado en un anillo, el cabrilleo de un diamante.

UN BONITO ATARDECER

El día era maravilloso, el sol brillaba en todo su esplendor y el cielo tenía un color azul intenso, limpio de nubes; a lo lejos el mar mostraba también su tono azul fuerte; compitiendo con la tonalidad del cielo. Los árboles estaban con el color verde propio de la primavera y las rosas comenzaban a florecer igual que todas las florcillas de los jardines el aroma era maravilloso y los pájaros cantaban locos de alegría.
Elena observaba desde su ventana esta maravillosa paleta de colores, como si de una pintora se tratara, preparando su próxima obra.
Estaba tan absorta en su contemplación que no oyó entrar a su esposo; Elena, Elena he llegado, vamos a caminar el día esta estupendo. Elena dijo: ¡OH, no te había oído entrar, la verdad, hace un gran día, vamos cogeré un chal para colocármelo por encima de los hombros, ya que he estado planchando y no deseo resfriarme.
Pedro y Elena salieron a pasear; solían hacerlo todas las tardes, pues así disfrutaban de los atardeceres del Sauzal que para ellos tenían tanta importancia.
Ellos se habían conocido cuarenta años atrás una tarde maravillosa del mes de mayo tal día como el que estaban disfrutando hoy. Elena y Pedro por circunstancias de la época en la que les toco vivir, tuvieron que emigrar lejos para ganar algún dinero y volver a su isla amada y a su pueblo querido y vivir mejor junto con sus hijos.
Caminaron largo rato y llegaron hasta el parque de los lavaderos y se sentaron a descansar.
Sentados los dos Pedro coloco su brazo por encima de los hombros de Elena y así abrazados como dos quinceañeros observaron la puesta de sol maravillosa que se aparecía: los arboles tomaban una tonalidad verde oscuro, la línea del horizonte rojiza, el cielo de color naranja y el mar de color gris brillante; algún que otro mirlo revoloteaba cantando y despidiendo el día.
Pedro y Elena se besaron apasionadamente reviviendo aquel día en el cual se conocieron. Observando que su isla cuarenta años después, volvía a retroceder como cuando ellos la habían abandonado y de sus ojos se desprendieron unas lágrimas de tristeza.

EMPEZABA A SALIR EL SOL


Por fin empezaba a salir el sol, cuando todo se volvió silencio.
Los dos habíamos llegado tarde a la cama aquella noche. Fue un día de visitas al médico, de ataques de ansiedad, de miedo a comer por volver a vomitar; todo estrés. El sin parar dicen que es el mejor estado físico, así no hay tiempo que perder y no te deja opción a pensar demasiado. Pero con la noche tocaba el parón. La soledad oscurecía la habitación y nos engullía por separado.
El teléfono nos interrumpió a cada lado de nuestros espacios uniéndonos mentalmente en el mismo plano, como pasa en las películas. Yo me tapé hasta la cabeza con la manta y susurraba para que no me oyeran fuera. Seguía sin entender cómo hablábamos tanto. Él me escuchaba, la acción era recíproca y el descanso que nos suponía era mutuo. Terminamos exhaustos, pero dio tiempo a calentarnos los pies. Nuestro murmullo continuo, intervenido por carcajadas y alguna lágrima, marcó el ritmo a la madrugada. Varios cambios de postura: mirando a la pared, ahora de espaldas a ella,... Se nos apagaba la voz casi a la hora de la alarma.
Descansamos contándonos todo lo menos importante. Envestimos el miedo a la noche con la conversación absurda. Mantuvimos a salvo nuestra distancia y nos quedamos dormidos con el teléfono descolgado sobre la almohada.

BUSCANDO INSPIRACIÓN

Un  aburrido  día  de  marzo  fue  cuando  empezaron  los  carnavales  de  Tinajo,  y  yo  ponía  rumbo  hacia  allí,  hacia  la  multitud,  y  como  siempre,  solo  se  veían  caras  de  desprecio,  asco,  venganza,  discriminación…  todo  el  pueblo  sumido  en   la  más  pura  controversia  contra  los  jóvenes  del  pueblo.  Y  ahí  estoy  yo,  en  el  velatorio  del  pueblo  con  supuestos  amigos  que  no  veré  más  en  toda  la  noche.
En  el  ventorrillo  estaba  la  buena  vida,  la  auténtica,  la  que  yo  buscaba,  la  escoria  del  pueblo,  escoria  que aun  así,   invitaba  a  las  copas.
Era  sobre  las  12  de  la  noche  y  me dirigía  a  los  aparcamientos,  por  si  encontraba  inspiración  para  seguir  bebiendo  o  escribir  algo,  no  la  encontré,  solo  un  yonki  que  me  debía  20€  desde  hacía  3  años.  Si  fuera  por  él  no  se  acordaría  ni  de  quien  era  su  madre  para  no  pagar,   pero  no  importaba,  porque  antes  de  que  terminara  de  hablar  yo  ya  estaba  hablando  con  una  piva  en  el  capó  de  un  coche,  no  sé  ni  quien  era,  ni  su nombre,  ni  nada,  solo   sé  que  a  los  30  minutos  ya  estaba  rumbo  de  echarle  un  buen  cuajo  en  la  “casa  vieja” (una  casa  que  podría  tener  como  150  años  y  estaba  abandonada  desde  hace  100).
En  una  de  estas  que  le  estaba  quitando  algo  de  ropa,  con  la  borrachera  que  teníamos  los  2  nos  caímos  al  suelo,  y  ya  sabes  como  es  el  suelo  de  casas  abandonadas:  piedras,  bloques,  aulagas,  trozos  de  madera,  hasta  las  paredes  estaban  a  punto  de  derrumbarse,  solo  faltaba  que  nos  llenáramos  de  pulgas  para  salir  de  allí  hechos  una  completa  mierda,  llenos  de  rasguños,  y  encima,  sin  haber  hecho  nada,  o  por  lo  menos,  yo  no  lo  recuerdo.
Me  dirijo  de  nuevo  al  ventorrillo,  envisto  mi  último  chupito  de  vodka  y  pierdo  el  conocimiento.
Me  despierto  en  mi  casa  a  las  7:30 de  la  mañana  y  solo  atino  a  decir:
-Vaya  resaca  que  tengo  dios…  bueno,  por  lo  menos  encontré  a  esa  puta-.

AMOR EN LAS MANOS

Escribo sus nombres imaginarios en mi cuaderno de trabajo: Dante y Beatriz. Son sordomudos y ciegos, y se merecen la inmortalidad de un cuento, aunque sea de poco más de un centenar de palabras. Sentados frente a mí, en el vagón, Beatriz y Dante, desde que el tren de largo recorrido tomó la salida, hace ya más dos horas y media, no han cesado de hacer manitas. De vez en cuando, con las manos entrelazadas, aproximan sus rostros y se besan fugazmente en los labios. La imaginación del escritor no necesita volar demasiado alto; le basta con viajar en ferrocarril para escribir un cuento fantástico.
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lunes, 15 de abril de 2013

Veinticinco líneas


    Lo primero que hago al levantarme es revisar mi correo electrónico. Entre los correos que llenan la bandeja de entrada, está el de mi amigo Pancho. Dice algo así como: Oye, he encontrado un concurso de esos a los que sueles presentarte, de aquí de El Sauzal, un relato corto, solo veinticinco líneas,  de tema libre. Parece sencillo, ¿verdad? Respondo que acepto el desafío, seguro de mi capacidad creativa.
Al llegar a casa me siento frente al ordenador, esperando que las musas me visiten, pero tras veinte minutos de espera, el cursor del teclado sigue parpadeando en el inicio de una página en blanco. No se me ocurre nada. Vaya, esta sensación es nueva. Decido dejarlo para otro día.
Al día siguiente vuelvo a sentarme frente al portátil con idéntico resultado, ¿qué me está pasando? Mi mujer curiosea por encima de mi hombro, y me mira extrañada  Reconozco,  avergonzado,  que no se me ocurre nada. Con la mejor intención del mundo,  me sugiere escribir algo erótico,  ahora que está tan de moda ese tema. Imágenes subidas de tono se agolpan en mi mente, pero desde que coloco los dedos sobre el teclado se desvanecen, como si  desapareciera la  conexión entre mi cerebro y mis manos. Frustrado,  me voy a la cama. 
Decido tomarme las cosas con calma, aún  tengo tiempo  para escribir esas veinticinco líneas. Seguro que en el momento menos pensado  llegará la inspiración perdida.  
Pasan los días y sigo en blanco. Pancho me pide que le pase el relato, quiere hacer de crítico literario. Le confieso que estoy pasando un periodo de sequía de ideas. Propone escribir algo con toques de novela histórica, que está muy de moda. Me parece una buena idea. Tal vez una historia de intrigas durante la época en la que la Iglesia de San Pedro Apóstol fue la sede del Cabido Insular. Con estupor descubro que aunque me traslade siglos atrás, la maldición del cursor parpadeante me persigue.
 Mi hija comenta que está leyendo,  por segunda vez, un libro sobre vampiros que está  de moda. Mis ánimos se renuevan con la idea de una historia de amor entre seres sobrenaturales, pero tan pronto encendiendo el ordenador se esfuman como fantasmas. Muy mal deben estar las cosas en  mi cabeza si no soy capaz de escribir cualquier cosa sobre vampiros, hombres lobos o momias. Tiro la toalla, he perdido mi fuerza creadora.  Fuera del plazo para la presentación del relato escribo a Pancho para sugerirle, amablemente, que no vuelva a decirle a un escritor en ciernes que crear veinticinco líneas es un trabajo fácil. Puede acabar con sus sueños.

Una decisión acertada


Más vale los lunes al sol que trescientos sesenta y cinco días a la sombra, eso fue lo que debió pensar Andrea cuando su jefe le espetó que tendría que quedarse tres horas más al finalizar su jornada laboral para cuadrar unas cuentas.
Llevaba meses sin poder ir a casa a almorzar. Diego, su marido, le reprochaba que ya ni la veía, que sólo se veían por las noches para cenar una ensalada mientras se contaban lo estresado y ajetreado que había sido su día. Hacía meses que no iba de compras con su amiga Laura, que no entraba a una tienda y se probaba un vestido, que no se compraba un maquillaje, que no se sentaba en una terraza a tomar un Martini y disfrutar del paisaje, meses que no llevaba a su sobrina a ver la última película de dibujos que hubiera salido mientras comparten un bote de palomitas lleno a rebozar… Y todo porque se pasaba doce horas diarias en su trabajo, un trabajo como contable en una empresa de importación de café, con un contrato de ocho horas, cobrando como si trabajara sólo cuatro y trabajando, en realidad, doce.
Por eso cuando oyó “Andrea, tiene usted que quedarse hoy hasta las nueve para cuadrar unas facturas de una gran importación de café que hemos traído desde Nueva Zelanda”, sintió un deseo irrefrenable de estrechar sus manos contra el cuello de su jefe y asfixiarlo, “¿Por qué nunca piensa en los demás, por qué no se pone en el lugar de los demás y piensa que éstos también tienen vida y familia?”. Llevaba años matándose por la empresa, haciendo más horas que nadie para encima no ver un céntimo de más en su nómina ni una palmadita en la espalda. Y hoy, precisamente, era el cumpleaños de Diego, que le había rogado que no faltara, que esta vez no le fallara.
Tomó el último sorbo de té que le quedaba en su taza, puso las llaves de la oficina encima de la mesa, se levantó con decisión y cerró la puerta tras de sí. 

La dignidad


La casualidad, acaso el destino, había colocado a Juan  en el corazón de un terrible dilema: en los próximos segundos tendría que mostrarse indiferente ante la injusticia, o bien actuar asumiendo un gran riesgo para su integridad personal.  
En un sendero apartado del parque, un individuo de aspecto patibulario amenazaba con una navaja de larga hoja a una anciana menuda y delgada.
-¡El bolso y el reloj, rápido!
 Juan, a una decena de metros, apartado del campo de visión del asaltante por el grueso tronco de un ficus, estaba siendo testigo de todo. ¿Qué hacer? Si tomaba cartas en el asunto, podría resultar herido o, quién sabe, acaso recibir un navajazo mortal de necesidad; por otro lado, si no salía en defensa de la mujer, ¿qué sería de él durante el resto de su vida? ¿Conciliaría el sueño por  la noche? ¿Podría sostenerse la mirada en algún espejo? Maniatado por las dudas, aguzó el  oído para escuchar la música que sonaba en su interior.
Mientras tanto, el navajero empezaba a perder los estribos.
-¿A qué espera?
-No te los voy dar, ni el bolso ni mucho menos el reloj, que fue el último regalo que me hizo mi añorado esposo antes de morir. Tendrás que utilizar eso –y la anciana señaló con la barbilla el arma que empuñaba el hombre.   
-Le advierto que no sería la primera vez que lo hago… 
-Sí, ya veo en tus ojos que eres capaz de hacerlo. Adelante. A mis años, he sufrido muchas pérdidas en la vida, pero todavía conservo la dignidad, y esa no me la va a arrebatar un vulgar delincuente  –le retó la mujer, mirando fijamente al delincuente.
Éste se pasó la navaja de una mano a otra varias veces y… 
-¡Alto! –gritó una voz.
-¿Quién eres tú? –preguntó el asaltante al hombre que había surgido de la nada.
-Juan. Ese soy yo.

El recuerdo de todos los tiempos


En el lecho donde consumía sus últimos momentos, el viejo moribundo hizo una extraña petición a su nieta predilecta, quien pernoctaba junto a él recostada en una butaca.  
-¿Puedes traerme una copa de vino tinto, Alba? Desearía olerla.
La muchacha miró perpleja al anciano, como si el insólito deseo de éste se hubiera gestado en el delirio de la agonía.
-¿Para qué quieres oler una copa de vino a estas horas? –Alba miró el reloj-. Es la una de la noche. 
-Para disipar la niebla de mi memoria –balbuceó el hombre, quien, haciendo acopio de las últimas energías que le quedaban, añadió-: Conocí a tu abuela en la boda de un amigo común. Tuve la suerte de sentarme junto a ella en el ágape nupcial. Un golpe de fortuna que nunca he dejado de agradecer a la vida. Mi memoria no da para más. Sólo sé que aquel día fue  el día. Tengo entendido que, ante el olor del vino, la memoria acude al galope. No pierdo nada con intentarlo. Me gustaría morirme acunado por aquel recuerdo.
Un minuto después, la muchacha acercó una copa de vino tinto a las fosas nasales de su abuelo. A continuación, introdujo la punta del índice en el líquido y pasó y repasó la yema del dedo por los labios resecos del moribundo. El aroma del vino penetró como una cuña en la  bruma espesa que envolvía las neuronas del anciano hasta abrir una senda que desembocaba en el santuario de sus neuronas, allí donde había sido erigido el monumento en honor del recuerdo de los recuerdos: el día en que besó a su esposa por primera vez. El corazón del viejo, súbitamente revitalizado, galopó por la senda.  
Con el rostro iluminado por el halo de luz que provenía de su remoto ayer, al cabo de unos minutos, el abuelo emitió un estertor. Alba, en un impulso, se arrojó en sus brazos y, mientras besaba el beso que refulgía en los ojos del moribundo, el último suspiro de éste se coló en sus adentros convertido en el recuerdo de los recuerdos.