miércoles, 2 de mayo de 2018

Las tinerfeñas Ana Navarro y Paula Acosta ganan el VII Concurso de Relato Hiperbreve en El Sauzal

El jurado ha destacado la calidad de los 319 relatos presentados en esta séptima edición
El Ayuntamiento de El Sauzal ha dado a conocer los textos ganadores del VII Concurso de Relato Hiperbreve de El Sauzal. Con motivo del Día del Libro, el Consistorio organizó una nueva edición de este certamen, en el que se presentaron 319 relatos.
El primer premio de la categoría adulta fue para el relato “En común” de la escritora tinerfeña Ana Navarro Morales. El texto llamó la atención del jurado por su originalidad. El segundo relato premiado de la modalidad, fue para el autor vasco Asier Susaeta Díez de Baldeón con su obra “Calle Libertad”, un relato con tintes sociales.
Por otro lado, en la categoría juvenil para escritores de entre 14 y 17 años, el primer premio fue para la tinerfeña Paula Acosta Rodríguez por su texto “Quizás mañana”, un trabajo lleno de ilusión y positivismo. El segundo premio fue para la joven asturiana Carla Hortal Quirós con un desgarrador relato titulado “Sonrisa de muñeca rota”.
Tanto el Ayuntamiento de El Sauzal, como los miembros del jurado, quisieron destacar la participación de este año y la calidad de los trabajos presentados. Todas las obras permanecerán colgadas en el blog que el Ayuntamiento ha creado al efecto: http://relatohiperbreve.blogspot.com.




RELATOS PREMIADOS: 
Primer Premio · Categoría Adulta · “EN COMÚN”
Autora: Ana B. Navarro Morales · Pseudónimo: Navanna · Santa Cruz de Tenerife
Desde la ventana de nuestro hogar observaba el tendedero del vecino viudo. Monos azules con muchos bolsillos. Camisetas oscuras. Pantalones negros XXL desgastados. Pijamas que no combinaban. Toallas acartonadas. Calcetines impares. Sábanas deshilachadas y viejas. Me sentía afortunada.
En el coche sola. Regresando de nuestras últimas vacaciones juntos, pensé en él y sentí una enorme empatía. Quería llenar mi tendedero de mantas mocosas. Pijamas desconsolados. Calcetines que no me sacaran de la cama jamás. Te imaginé con ella. Tu nueva amiga. ¡Seguro que le habías comprado una secadora! Pero a mí qué más me da. Si en el fondo, encuentro hasta romántico tender la ropa.
Entonces hice lo que cualquiera, al llegar a casa me asomé para confirmar que la vida del vecino era tan triste como la mía. Sentí cierta paz interior. Algo en el mundo se mantenía como lo había dejado dos semanas antes.
Luego pensé horrorizada que con bastante probabilidad el resto también llegaría a sus propias conclusiones cuando escudriñara en mi azotea y sólo viera mi ropa. Lo siguiente sería echarle un vistazo a nuestro buzón y descubrir tu nombre arrancado como si una fiera hubiera descargado toda su ira en él. Aquellos pensamientos me agobiaban y llegó el día en que decidí volver a peinarme. Crucé la calle y toqué en la puerta del vecino.
Desde entonces en nuestros tendederos hay pantalones de diferentes colores. Camisas ajustadas. Ropa de gimnasio. Vestidos de noche. Lencería fina. Toallas con logotipos de hoteles. Bañadores y biquinis. Abrigos de montaña. Es divertido hacer soñar al barrio mientras los dos volvemos a ilusionarnos.
Segundo Premio · Categoría Adulta · “CALLE LIBERTAD”
Autor: Asier Susaeta Díez de Baldeón · Pseudónimo: Phileas Fogg · Vitoria
Libertad no aparece en el callejero de la ciudad. Se trata de un error que viene arrastrándose desde la primera plantilla cartográfica, de la labor de un funcionario —por entonces padre primerizo— que cortó dos centímetros más allá la hoja para la imprenta. Y este pequeño lapsus hacía que nosotros, sus habitantes, viviésemos en un limbo. Teníamos que negociar el precio con los taxistas que apagaban la luz del taxi, sin saber qué número debían poner y, como no nos correspondía ninguna escuela, nuestros padres se turnaban para enseñarnos lo básico. Cada uno aportaba los conocimientos que — creía— más nos ayudarían en el futuro. Aquellas mañanas se pasaban volando con las clases de papiroflexia del padre de Borja o el espectáculo de variedades de mi abuela. Libertad no era un rincón demasiado visitado, pero cuando algún turista despistado aparecía por nuestra calle, irremediablemente, entraba en pánico. Daba vueltas al mapa como a un reloj de arena, se rascaba la cabeza y se adentraba en el primer colmado que encontraba. Y ahí daba comienzo el “Protocolo de recaudación vecinal”. Del primer establecimiento, en el que ya habría comprado una botella de agua —o una radio, dependiendo de la pericia del dependiente—, lo mandaban al segundo y así iba recorriendo todo el tejido comercial. Al final, derrotado y sin divisas en los bolsillos, cruzaba esa línea imaginaria que lo devolvía a territorio conocido.
Pero desde que los mapas en papel son piezas de museo, desde que nos incluyeron en Google Maps, somos una calle de verdad. Previsible, cuantificable y con casi todas sus lonjas en alquiler. Ahora sabemos que Libertad mide doscientos treinta metros, y no once portales, como antes. Además, los buzones se han llenado de facturas atrasadas y hay mucho más tráfico. Incluso nos han arreglado los baches a los que habíamos puesto nombre de ochomiles. Y por si fuera poco, los niños escolarizados te ponen cara rara, como si les molestase tener que levantar la mirada de sus móviles, cuando, en la parada del autobús, les hablas de hacer un velocirraptor de papel.
Primer Premio · Categoría Juvenil · “QUIZÁS MAÑANA”
Autora: Paula Acosta Rodríguez · Pseudónimo: Pequeñita Flor · La Laguna 
Recorreré todos los continentes desde las frías regiones de Alaska hasta los inmensos oasis africanos. Caminaré descalza camino a la playa, en Australia; comeré escorpiones fritos en Tailandia y subiré la Gran Muralla China. Por intentarlo, escalaré un poco el Everest. Me sacaré una foto frente al Taj Mahal, en India y atravesaré de este a oeste la Plaza Roja, en Moscú. Caminaré a lo largo del muro de Berlín mientras tomo cerveza, en Alemania y cuando llegue a Londres, oiré las campanadas del Big Ben mientras monto en el London Eye. Me comeré una crêpe, sola o acompañada, en la ciudad del amor y subiré las siete colinas en la ciudad eterna, ¿o eso era en Portugal? Intentaré seguir el ritmo de un congo en el país de mismo nombre y viajaré hasta la Antártida solo para intentar comunicarme con un pingüino. Quizás llegue a tiempo al mejor carnaval del mundo para sacudir el cuerpo, pero si no llego tampoco pasa nada, los brasileños están de fiesta todos los meses del año. Después del agotamiento toca descansar, ¿y qué mejor lugar que el Amazonas para respirar? Una vez me haya cargado de aire puro, subiré el Machu Pichu y por último, para relajar las piernas caminaré por las extensas avenidas de Nueva York.
Noté un fuerte agarrón de mi mano izquierda y allí estaba mi madre tirando por mí para salir de la tienda, así que tuve que cerrar el libro del mundo y ponerme a soñar.
Segundo Premio · Categoría Juvenil · ”SONRISA DE MUÑECA ROTA”
Autora: Carla Hortal Quirós · Pseudónimo: N. G. Imaz · Asturias
Me besaba cada noche en la frente con esos besos sonoros que llegan al alma. Mi hermano Fran tenía toda la nariz cubierta de pecas, como si le hubieran espolvoreado con canela, o mejor, con la arena oscura de la orilla del mar; era alto y fuerte y me llevaba con él a todos lados, como quien va con el botón de la camisa medio descosido. Por eso, lo veía como a un héroe.
Nos encantaban los últimos días de la primavera, porque tardaba en anochecer y podíamos vaguear por la calle hasta la hora de la cena. Volver a casa era toda una aventura, un poco como esas películas americanas en las que los adolescentes entran de puntillas, en fila india, sin apenas respirar y enfrente, la mirada fría de nuestro padre, retadora, fea…Algunas noches había gritos ahogados, era cuando los geranios languidecían porque les costaba hasta respirar, noches de golpes secos, de eternos sollozos y suelos repletos de latas de cervezas vacías.
Entonces, a la mañana siguiente, sobre el desgastado hule florido de la mesa, encontrábamos el bote de cacao y el paquete de galletas…sabíamos que cubierta por las mantas, en su cama, mamá escondía sus moratones y sus lágrimas ante nosotros, pero, sobre todo, ante ella misma. En silencio, desayunábamos, mientras la víctima dolorida, permanecía encerrada hasta que nos íbamos a la escuela; así tenía tiempo para lamer sus heridas, de maquillar su dolor, de ensayar su sonrisa de muñeca rota para la hora del almuerzo.
La recuerdo en la cocina, hablando con Marina, la vecina del entresuelo, sentada en la sillita baja donde cosía, frente a las tazas humeantes de café negro.
Y en un susurro, cuando llegábamos, un “calla, que hay ropa tendida…”.
En El Sauzal, a 2 de mayo de 2018