martes, 2 de abril de 2013

Como una marioneta


…Como una marioneta, me acostumbré a danzar al ritmo caprichoso que el marcaba, que sus manos marcaban. Hablaba si había que hablar, salía si había que salir, callaba cuando había que callar, reía si había que reír,…preparaba su cena, cosía sus botones, lavaba sus calcetines, y lloraba las más de las veces a escondidas…, guardada en el baúl en el que se había convertido mi casa, al igual que un títere después de cada función. Allí quedaba, reducida a un ser inerte, sin sentimientos, sin voluntad y sin ningún poder de decisión. Me había enseñado a representar la escena perfecta. De puertas para fuera éramos la pareja ideal, y él el hombre soñado por toda mujer: atento, educado, cordial, respetable. Movía los hilos de mi vida a su antojo, hasta tal punto que yo me había llegado a aprender y a creer mi papel como un autómata: “Tu lugar está en casa; eres una desagradecida; aquí mando yo; ¿dónde vas tu sin mi?; eres una inútil;…Día tras día, palabra por palabra, había ido aceptando y grabando en mi mente que mi lugar era aquel: la fría nada. Anulada ante cualquier disposición, anulada ante la sociedad, ante mis amigos, ante mi familia,…contemplaba mi vida pasar como una película en la que representaba un papel secundario.
Me maquillaba cada amanecer con una sonrisa para agradarle, para mostrar mi mejor cara y ni aun así conseguía su aprobación.
Todos los días en mi vida estaban teñidos de gris, de rabia e impotencia...Pero uno de ellos en que la furia y el dolor lo envolvían todo, tiré y tiré y conseguí romper uno de los hilos que me aprisionaban, entonces una brizna de luz entró por la ventana poniendo un toque de color en la habitación. Me di cuenta que el brazo que había quedado libre era capaz de moverse por si mismo, aunque aun no podía ser independiente. En un desesperado intento rompí  todos los hilos que me atrapaban, rompí  aquel que manejaba mi cabeza y descubrí que podía sonreír, que podía pensar por mi misma, que podía besar…; al romper el hilo que sujetaba mi otro brazo vi maravillada que podía abrazar… y sentir un abrazo en toda su inmensidad. Y mis piernas al verse libres también de las ataduras que me habían hecho danzar a un ritmo marcado día tras día, comenzaron a andar y a moverse en esa libertad que me pertenecía. Y empecé a caminar, a bailar, a sentir, a correr, y escapé de aquella vida poniendo rumbo hacia la ansiada FELICIDAD.

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